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El Clásico
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La muerte puede esperar

El Madrid vuelve siempre, a veces como tragedia y otras como farsa. Pero las más especiales regresa como Madrid.

Manuel Jabois
Marcelo celebra la victoria en el Clásico.
Marcelo celebra la victoria en el Clásico. LLUIS GENE (AFP)

En el primer momento en que el Madrid perdió el respeto al Barça marcó un gol. Fue el irreverente Marcelo. Que subió con el balón y cuando llegó al área se puso a hacer un paseíto en horizontal; si no se llevó las manos a la espalda mirando el tendido fue porque el árbitro cuando ve ese gesto suele sacar tarjeta. Y entonces, mientras esperaba que apareciese alguien por la derecha, hizo la pisadita. Una pisadita al balón, acariciándole el lomo, y la defensa del Barcelona pasmada mirando al brasileño con peinado de clown; hay una imagen de Piqué que parece el emoticono de la folclórica. Son esos gestos exóticos los que desconciertan a la fábrica de moda del fútbol mundial. Que le pisen el balón en las narices, y que en consecuencia se desequilibre el azar y el rechace le caiga a un jugador del Madrid. Hubo gol de Benzema y la primera reacción fue de incredulidad. El Barcelona había echado la leña y jugaba con el mechero para poner a arder la pira blanca. Sacar los demonios del Madrid a paseo, meterle tres o cuatro goles y empezar la semana como Dios manda y el Wolfsburgo acariciando un gato.

El Madrid vuelve siempre, a veces como tragedia y otras como farsa. Pero las más especiales regresa como Madrid. Y tras la falta de respeto de Marcelo empezaron a sucederse una detrás de otra. Como el torpe jugador de billar que se destapa como el mejor cuando la apuesta es más alta, lo que sucedió al empate fue una desinhibición arriesgada, feliz, que recuperó la grandeza de un club a menudo acomplejado en territorios inapropiados. Fue el Madrid de los corazones solitarios, los buscavidas del contragolpe, rápido y vertical exactamente igual que el último que ganó en el Camp Nou con Mourinho. Se desató por amor propio, el suyo y el de una afición exigida en la tortura. Lo necesitaba el Madrid y lo necesitaba, sobre todo, Zidane, que ha ganado el primer Clásico en el que se sentaba en el banquillo. En Barcelona. Con Messi en el campo.

Hubo un gol anulado a Bale por golpear el balón con la cabeza, y a ese nuevo y atractivo reglamento le sucedió la tradicional expulsión de Ramos, más asentada en España que sacar a Cristo en procesión (a veces es casi lo mismo; deberían llevarlo al vestuario levantado entre todos). Y fue ahí, con el fatalismo rondando, cuando se produjo la última falta de respeto. Fue Ronaldo en el área con la paciencia de un gusano de seda. Todo el año reprochándole los goles a modestos y resulta que de todos los campos del mundo tuvo que entrar a tomar una copa en éste.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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