_
_
_
_
_

Autos locos cubanos

‘Havana Motor Club’ cuenta las carreras clandestinas con coches de antes de la Revolución

Pablo de Llano Neira
Un coche de carreras en Cuba.
Un coche de carreras en Cuba.Samuel Goldwyn Films

Pierre Nodoyuna y Patán (Dick Dastardly y Muttley en versión original), el piloto villano y su perro de tos ferrosa, desternillante pareja de Los autos locos, la serie de Hanna-Barbera de finales de los sesenta, hubieran siendo felices compitiendo en Artemisa, la provincia vecina de La Habana donde se grabó el sorprendente filme Havana Motor Club, un documental de 84 minutos sobre carreras clandestinas con carros antiguos. Los autos locos cubanos.

Ruido de motor tronante. “Por qué corro…”, dice uno de los pilotos. “Te hace más grande, ¿no? Te ganas un poco más de respeto”. Cambio de plano. Otro de ellos dice al volante de su viejo y reluciente carro americano bermellón: “Cuando yo me monto en el carro y ya está el otro carro al lado, se me olvida todo”, y acelera comiendo metros como un jet en comparación con los vehículos que van traqueteando por su misma carretera. Después de un corte intermedio en el que se ve la imagen de salida de una carrera que recuerda a la de Danny Zuko (John Travolta) contra el macarra Kapinski en Grease, el propietario de un Porsche del siglo pasado arranca humeando y dice: “Si la policía te agarra probando el carro te llevan preso y te decomisan el carro”, y pasa zumbando al lado de unas vacas aburridas al atardecer.

“Yo nací en esta Revolución”, se escucha a uno mientras avanza por una vía en la que luce una valla con el rostro de Fidel Castro. En la siguiente escena se baja el banderín de salida y salen todos en llamas como improbables Fitipaldis del socialismo del siglo XXI.

El documental, dirigido y producido por el estadounidense Bent-Jorgen Perlmutt con un equipo en su mayoría cubano, se retrotrae a la Cuba prerrevolucionaria para explicar que en los años cincuenta, mientras Fidel Castro y sus hombres iban armando el triunfo del 59, en aquella La Habana que tanto bebía de la cultura americana existía una gran pasión por las carreras de coches. En el 58 se celebró el Grand Premio de Cuba por las calles de la capital, con enorme ambiente de fiesta, como si nada estuviera a punto de ocurrir. El director mezcla con maestría imágenes de bólidos y aficionados y risas con botes de gases y policías y manifestantes y banderas cubanas enervadas. Porque todo estaba pasando. Fangio no pudo competir porque los rebeldes lo secuestraron para darse publicidad. Pero lo malo no fue eso. Diez espectadores murieron arrollados durante la carrera. Luego llego la Revolución y prohibió este deporte por “elitista y peligroso”. El automovilismo cubano estaba gafado.

Havana Motor Club, que se estrena este viernes en Estados Unidos, presenta personajes como Tito y su hijo Rey, con su Chevrolet Bel Air del 55, Piti, un sobreviviente de cáncer que cuida con esmero su Ford Victoria del 56, Carlos, conductor de un Porsche, y Jote, que enseña cómo le instala a su coche el motor de una lancha fuera borda “usada para el tráfico ilegal de personas” que había sido arrojado al mar y luego rescatado. “Esto es un motor para disfrutarlo”, se relame. A su coche-Frankenstein le ha puesto apodo: Viuda Negra.

Jote, con su coche de carreras 'Viuda Negra', ya en desuso.
Jote, con su coche de carreras 'Viuda Negra', ya en desuso.Samuel Goldwyn Films

El nudo del filme, grabado en distintas fases desde hace cuatro años, son los intentos de los pilotos por organizar un campeonato en Cuba. En el primer empeño, después de un tiempo de reuniones en el que fueron creciendo sus ilusiones hasta imaginarse agarrando curvas por un circuito como en Le Mans, llegó el día aciago en que un funcionario les comunicó que esta vez tampoco sería posible: “Las barandas con las que contábamos para esta ocasión no se pueden utlizar porque se están preparando para la visita del papa Benedicto a Cuba”. Luego llegó otro impulso que sí se materializó, con una brillante carrera final entre el Chevy de Rey y el endemoniado Porsche de Carlos que erizó al público y terminó tan ajustada como dice un fan al cierre del documental: "Muy parejo, muy parejo, ahí haría falta un fotofinish, ¡no hay más ná!".

El documental es un espectáculo mecánico, de humor y de resiliencia cubana. Tan entretenido como ilustrativo, Havana Motor Club levanta la tapa del motor de Cuba y enseña varias claves que ayudan a comprender la compleja maquinaria de esta sociedad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_