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El Manchester City elimina al PSG y jugará unas semifinales de Champions por primera vez

Ocho años después de la llegada de su propietario emiratí, el cuadro inglés peleará por un puesto en la final

El City celebra el gol de de Bruyne
El City celebra el gol de de BruyneDarren Staples (REUTERS)

Varios cientos de millones y ocho años después de la llegada de su propietario emiratí, el Manchester City ha caminado hasta la puerta de la gloria, a la luna azul (blue moon) que cantaban sus seguidores plenos de orgullo al final del partido. Está entre los cuatro mejores equipos de Europa y sueña con su primera Liga de Campeones tras eliminar al París Saint-Germain, otro producto alimentado con petrodólares que deberá esperar turno para alcanzar esa cota. El triunfo de la idea que ha defendido en las últimas campañas el no siempre bien ponderado Manuel Pellegrini tiene la cruz de la moneda en el nuevo fracaso de Zlatan Ibrahimovic. En 2001 apareció en la previa de la Liga de Campeones y cayó con el Ajax. Desde entonces el sueco no ha faltado a su cita en la máxima competición continental, catorce ediciones con seis equipos diferentes y una única presencia en semifinales, la campaña que pasó con más pena que gloria por Barcelona. Camino de los 35 años es un pecado para un futbolista que tampoco tiene la oportunidad de brillar con su selección en los grandes escaparates futbolísticos.

El París Saint-Germain cayó y los reproches que se le puedan hacer tienen más que ver con su rendimiento que con su voluntad. De inicio varió su dibujo y trazó sobre la pizarra un orden que invitaba al arrebato, con tres zagueros, dos laterales muy abiertos y la presencia de Di María por dentro en un intento de que conectase con Cavani e Ibrahimovic, un esquema con bastantes hombres por delante del balón en la idea de manejarse en un monólogo. Algo de eso ocurrió, pero el rival siempre obliga a matices. Así, el plan de Laurent Blanc no encontró la amplitud esperada porque Van der Wiel y Maxwell ni fueron profundos ni estuvieron enganchados al resto del equipo, porque además hubo atasco en la circulación y la impaciencia de los delanteros les invitó a bajar varios metros para tocar la pelota. Escasearon los espacios y se desordenó el PSG, detalle que tampoco es tan negativo cuando se trata de percutir, pero el City no perdió el oremus, siempre solidario en las ayudas, especialmente hacia los costados. El equipo de Pellegrini despreció la importancia de manejar la pelota y esperó el fallo rival como catapulta. Tardó veinte minutos en lograr vuelo, tiempo en el que apenas se vio superado, sin más inquietud que la de perseguir la pelota ante un rival que no le imprimía ni velocidad ni profundidad.

Comenzó a equivocarse el PSG allí donde le esperaba su rival, en la construcción, en los sectores de influencia de Silva o De Bruyne, que estaban vivos para buscar la respuesta. Y esta pasaba por Agüero, que no es poca cosa. Avisó el City y golpeó a la segunda, tras un grosero error de Aurier al sacar la pelota desde la cueva. Por allí andaba Fernandinho, un sabueso, que robó y entregó a la carrera de Agüero para que el meta Trapp le derribase en el área. Ya hubo errores en el duelo de París y siguió el festival de unos y otros en Manchester. Penó el City porque el argentino erró desde los once pasos, pero el episodio alertó sobre los problemas de los parisinos, que para entonces ya estaban incómodos, sin tanto balón en los pies, en todo caso carentes de llegada a zonas sensibles.

El partido evolucionó hacia el confort de los locales y la urgencia del PSG. Nada que reprocharle al combo francés por su propuesta, siempre con el aliento de dar un paso hacia delante: cayó Motta, un mediocentro, lesionado poco antes del descanso y la alternativa fue dar paso a Lucas Moura, un delantero. Retomó entonces su habitual zaga de cuatro Blanc, con Marquinhos por delante de la defensa, sus romos laterales dieron varios pasos más atrás y al fin mostraron el puñal que se les suponía, Rabiot y Di María aparecieron más como interiores clásicos. A la hora de juego se marchó Aurier, entró Pastore y el entrenador galo retrasó de nuevo al brasileño sin variar el orden.

Inutilizables Matuidi y Verratti le faltó pulso y dinamismo al PSG, pero nunca empeño. No se guardó nada Blanc. Trató de golpear en esos minutos de atasco a balón parado con la patada de Ibrahimovic y encontró, firme, a Joe Hart. Obligó al City a un monumental esfuerzo defensivo, suerte en la que el equipo de Pellegrini no está acostumbrado a prodigarse en su competición doméstica. Lo hizo sin balón y con él, sufrido y al tiempo controlador. Creció cuando el cansancio y la desesperanza germinaron en el PSG. Ahí, a veinte minutos del final, emergió con balón el City y golpeó con un monumental gol de De Bruyne desde la frontal. Pellegrini, que se había guardado las tres sustituciones, manejó con ellas el reloj y los parones. Su equipo está maduro. A partir del verano, con la aportación que pueda agregarle Pep Guardiola, cambiará de cara y tratará de dar un paso más. Pero ya ha llegado lejos.

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