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El Sevilla confirma su idilio

Gameiro, con dos goles, y Mariano llevan al conjunto de Emery a disputar su quinta final de la Liga Europa, la tercera consecutiva

Rafael Pineda
Gameiro remata ante el Shakhtar.
Gameiro remata ante el Shakhtar.M. A. M. (AP)

Bestial el Sevilla, capaz de sobreponerse al empate del Shakhtar, mortal al contragolpe, genial en el control del partido para golpear en el momento justo, impulsado por los letales Gameiro, Mariano y Banega. Otra nueva final para el Sevilla, otro paso de gigante en su historia. Una borrachera de felicidad indescriptible corrió por las gradas de Nervión. El campeón estará en Basilea. Será el próximo día 18.

Alumno aventajado para disfrutar de su asignatura preferida, se podría escribir un tratado acerca de lo que bien que compite el Sevilla en la Liga Europa. No cabía un alma en Nervión. En tan fastuoso escenario, el campeón no se dejó llevar por los nervios ni la excitación del momento. Frío como un témpano, con las ideas claras, con la sapiencia de los equipos hechos, el Sevilla se asomó al choque con un oficio que asustó al Shakhtar. La clave del buen juego de los andaluces fue la presión adelantada realizada por los de Emery, que acogotó al conjunto ucranio, una maravilla al contragolpe, más inseguro cuando le toca defender. La eficacia del Sevilla se reflejó en la primera aproximación de los locales, traducida en un gol de Gameiro. El conjunto andaluz anotó en su primera ocasión, gracias a su goleador estelar. Seguro con la ventaja en el marcador, el Sevilla realizó 25 minutos estupendos. El balón, en ese tiempo, fue siempre de Banega, escoltado por Krychowiak y Nzonzi, lanzando el argentino a Vitolo y Gameiro, desequilibrantes.

Krychowiak, un titán

El paso de los minutos fue relajando al Shakhtar, que empezó a quitarle el balón al Sevilla. Contra todo pronóstico, mitad por el empuje ucranio, mitad por el repliegue andaluz, el Shakhtar empezó a mandar. El Sevilla comenzó a defender muy atrás, demasiado, con lo que los robos de balón obligaban a carreras muy largas de Vitolo y Gameiro. El fútbol también vive de errores. Un balón al área del Shakhtar se convirtió, en el último minuto de la primera mitad, en un prodigioso contragolpe visitante. Faltó temporización y una falta táctica, algo inconcebible en un equipo como el Sevilla, lo que aprovechó Marlos para marcarse un jugadón y asistir a Eduardo, que hizo el empate. Un resultado válido para los intereses del Sevilla, que, no obstante, abría un incierto camino en la eliminatoria. Superado el dominio inicial, el Shakhtar mostró las virtudes que adornan a un excelente equipo, como la velocidad, el desborde y el talento de Marlos.

Los jugadores del Sevilla celebran el pase a la final de la Liga Europa.
Los jugadores del Sevilla celebran el pase a la final de la Liga Europa.JORGE GUERRERO (AFP)

Si un contragolpe hirió al Sevilla, otro sacó de plano al Shakhtar, que, de repente, se vio sometido a una avalancha de jugadores del Sevilla. El toque de Krychowiak y la definición de Gameiro fueron colosales. Otra vez renacido, siempre fuerte, golpeando en el momento justo, el campeón volvía a mandar, conociendo, al fin, que en el fútbol quien tiene el balón tiene un tesoro. Mandó el Sevilla, convertido en un equipo superlativo, consciente de que se jugaban los minutos decisivos de la eliminatoria. Krychowiak, un titán, se adueñó del centro del campo, bien asistido por Nzonzi, un futbolista de una proyección espectacular.

El Sevilla se hizo con el control del partido, llegando el misil de Mariano para que Nervión explotara. Un gol de un lateral brasileño, digno de los mejores laterales brasileños. El golazo dio paso a momentos especiales, como la carrera del espectacular Gameiro para recuperar un balón en su campo o las eternas conducciones de Banega ante el acoso de desesperado de los ucranios. Con el encuentro controlado, la felicidad inundó las gradas de Nervión. “Ea, ea, ea, nos vamos a Basilea”, gritaron los sevillistas. Quinta final de Liga Europa, tercera consecutiva. Un éxito descomunal de un club que no quiere dejar de soñar. 

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