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Italia se encoge de hombros

La próxima rival de España juega con los suplentes y acepta el dominio y el triunfo de una Irlanda a la que sobra fe

Jordi Quixano
Simone Zaza (d) se lamenta durante el Italia-Irlanda.
Simone Zaza (d) se lamenta durante el Italia-Irlanda.ROLEX DELA PENA (EFE)

A Italia ni le iba ni le venía el partido, clasificada como estaba ya primera de grupo y con el choque de octavos de final ante España a la vuelta de la esquina. Circunstancia que desbravó la fiereza de un equipo que vive de la competitividad y que, de paso, alimentó la esperanza de una Irlanda acuciada de los tres puntos para lograr el pasaporte para la siguiente ronda. La receta verde era simple: gazuza, intensidad, carreras y sobre todo fe. La llave del pasaporte para la siguiente ronda, sin embargo, no fue la fuerza ni el físico sino el talento de los dos jugadores más finos. Así, Hoolahan la puso con rosca y Brady cabeceó a la red tras adelantarse a Sirigu, que salió a cazar moscas. Pasó Irlanda, lo celebra la Eurocopa porque su aliento es la salsa de la grada, y se encogió de hombros Italia que tanto le daba.

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Alimentada por la necesidad, Irlanda estiró las líneas más que de costumbre y trató de someter al rival con su fútbol, rudo y primigenio, también vertical. No hay pausa ni elaboración por el eje, siempre con prisas por presentarse en el área contraria con la milenaria esperanza de que algún balón se quedara huérfano, algún rebote saliera bueno y algún gol cayera de maduro. Para eso estaba Murphy de mediapunta –en detrimento de Hoolahan, el talento del pase-, una mole que en su pugna por la parcela absorbía a dos rivales, un futbolista que bien podría ser un jugador de rugby. Los desplazamientos en largo (o sandías) de los irlandeses siempre le buscaban y Long, travieso como es, aguardaba a la prolongación para cobrarse una posición de tiro. Pero a Italia, genéticamente defensiva, no se le gana por arriba porque tanto le da atornillarse en el descansillo de casa. No se le caen los anillos por ceder metros y, curiosamente, en un país donde la moda es capital y donde la elegancia es primordial, lo mismo da que se juegue feo si se gana. Porque antes que nada es un equipo pragmático.

Tampoco tenía Italia a su mejor equipo porque Conte, previsor con los octavos, decidió oxigenar las piernas de sus jugadores y ganarse la complicidad de los que menos cuentan. Así, solo tres de los titulares partieron de inicio (Bonucci, Barzagli y Florenzi) y eso que ya tienen ganado frente a un Del Bosque que decidió no rotar. Pero de poco más le sirvió la decisión del técnico, toda vez que Italia se mostró incapaz ante el ofrecimiento rival de tener el balón, estéril en la composición. No sabe jugar a contracorriente y tampoco lo pretende, por lo que el duelo se remitió a los pelotazos y a las jugadas de estrategia, también a las contras esporádicas. Poco fútbol que, sin embargo, no se discutió con el espectáculo porque Irlanda lo intentó hasta que se llevó el premio.

Excelentes en defensa para desactivar a Zaza e Immobile –más físicos que talentosos-, los zagueros irlandeses siempre buscaron salir con urgencias a través de balones largos. Bien para la carrera de McClean, que mareó a Bernardeschi; bien para el pie de Hendrick, que partía desde la derecha para trazar una diagonal y buscar el desmarque de las dos referencias ofensivas. Pero ambas fórmulas se quedaban en agua de borrajas, en un quiero y no puedo que tanto reconforta a Italia. Aunque ni con esas se rindió Irlanda, voluntariosa a más no poder y seguramente agradecida al masivo apoyo del Métropole de Lille, donde imperaba el verde, las canciones gaélicas y los bramidos agitados que entonaban con el tosco juego del césped. Por lo que se fiaron a la zurda de seda de Brady, que las pone donde le da la gana. La tuvo Murphy con un cabezazo que Sirigu despejó a tiempo y Hendrick cazó un rebote en la frontal para soltar un latigazo que le cuchicheó al poste por fuera.

El guion se mantuvo inflexible en todo momento, con el equipo de Conte desangelado e Irlanda eléctrica, también excesiva en las patadas. El dominio territorial, en cualquier caso, se tradujo en ocasiones. Como la de Coleman, que chutó con mitad de la portería libre y le dio a Ogbonna; como esa internada de Long que Sirigu desactivó; como esa clara de Hoolahan que chutó al bulto. Demasiado desatino que a punto estuvo de castigar Zaza con una volea e Insigne con un chut desde la frontal que se estrelló en el palo. Parecía el fin de Irlanda. Pero Hoolahan y Brady explicaron lo contrario.

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