_
_
_
_
_

Valentina Vezzali: “Era una caníbal que se comía a las rivales”

La italiana, la única mujer en conseguir tres oros olímpicos seguidos en esgrima, se acaba de retirar y cuenta cómo entraba en trance cada vez que cogía el florete

Eleonora Giovio
Valentina Vezzali posa después de la entrevista en el Parlamento italiano.
Valentina Vezzali posa después de la entrevista en el Parlamento italiano. ANTONELLO NUSCA

Valentina Vezzali (Jesi, Italia; 42 años) es la única mujer que ha conseguido ganar tres oros olímpicos seguidos en esgrima (2000, 2004 y 2008); contando los triunfos por equipo esos metales suben a seis (además de 16 Mundiales y 13 Europeos). Estuvo compitiendo más de 20 años. Este verano, por primera vez, seguirá los Juegos desde casa. No se clasificó para Río y acaba de colgar el florete. Madre de dos hijos, hasta hace poco se dividía entre entrenamientos, competiciones y su actividad en el Congreso. Recibe a El País en Roma en el Parlamento italiano después de una de sus numerosas reuniones como diputada de Scelta Civica. Lleva pantalón y chaqueta negros, y zapatos de tacón. Durante la entrevista –desde los ventanales de la sala que ha elegido se ven los tejados de Roma– le acompañan su secretaria y el jefe de prensa de la federación italiana de esgrima.

Pregunta. Es madre, política y deportista. ¿Cuántas horas tiene su día?

Respuesta. Me despierto a las 6 o 6.30 para hacer trabajo físico, entro al Parlamento a las 9.30, salgo a las 19.30 y me voy al centro de esgrima a tirar hasta las 22. Los fines de semana que no tengo competición o reuniones, apago el teléfono y me dedico exclusivamente a mis hijos. Mi filosofía de vida ha sido siempre más calidad que cantidad. Mi madre me ayuda mucho.

P. ¿Cómo hace para no reventar?

R. Como he hecho toda mi vida, intentando ir siempre más allá del límite. No me gusta cuando las cosas se consiguen de manera cómoda y fácil. Me he acostumbrado desde pequeña a dejarme el alma. He de decir que sin mi madre Enrica no habría podido hacer nada. Es mi motor.

P. ¿De pequeña qué soñaba ser?

R. Soñaba con ganar unos Juegos, tener hijos y licenciarme en Económicas. Esto último no lo he conseguido… me faltan diez asignaturas para terminar Derecho.

P. ¿Por qué le apodan la cannibale [caníbal]?

R. Porque me comía a las rivales.

No me gusta cuando las cosas se consiguen de manera cómoda y fácil. Me he acostumbrado desde pequeña a dejarme el alma

P. De las 549 medallas olímpicas que ha conseguido Italia, 121 llegaron de la esgrima. ¿Cuál es el secreto de la escuela italiana?

R. La escuela hace escuela y los campeones hacen campeones, es un dicho en la escuela de Jesi en la que crecimos todos. Cuando yo era pequeña tiraba en la pista con las campeonas y campeones olímpicos de los años 80: Sparaciari, Pigliapoco, Cerioni, y Giovanna Trillini, que acababa de empezar. Antes del entrenamiento tiraban con los más pequeños y nos hacían mejorar. Muchos, además, se convierten en maestros cuando cuelgan el florete. Cuando todas las noches terminas haciendo un asalto con Giovanna Trillini es como si estuvieras compitiendo en una final olímpica. Por eso siempre hay recambio. Detrás de Di Francisca [oro en Londres] y de Errigo [plata en Londres, donde la Vezzali fue bronce], están creciendo más chicas. Ojalá este sistema de trabajo contagiara las demás federaciones y los demás deportes. Hemos trabajado siempre juntando la experiencia y la inconsciencia de la juventud.

P. ¿Usted cómo empezó?

R. Por una de mis hermanas que se enganchó en un campamento de verano. Y por el maestro Ezio Triccoli, un revolucionario que aprendió esgrima en un campo de prisioneros inglés en África durante la Segunda Guerra Mundial. Usaba las cañas de bambú como arma. A su regreso empezó a enseñar la esgrima en un sótano de Jesi. De ahí, a un gimnasio que había que compartir, y de ahí a otro donde solo se practicaba la esgrima. Era 1947, a los diez años consiguió que sus alumnos ganaran unos campeonatos italianos. En 1976 participaron en los Juegos y así hasta conseguir el primer campeón olímpico en 1984. Tuvo cuatro diferentes. Se murió pocos meses antes de los Juegos de Atlanta. Me dio pena que no me viera con una medalla de oro.

P. ¿Qué le enseñó?

R. Recuerdo que fuimos a verle al hospital antes de los Juegos, sin saber que se moriría. Nos dijo que no tuviéramos nunca miedo a mirar a la cara a los demás, desde el más humilde hasta el Rey. Y que estudiáramos. Le tratábamos de usted, le llamábamos maestro, si no sacábamos buenas notas no nos dejaba entrar al gimnasio. No se escuchaba un grito, nunca. Hoy es todo diferente.

P. ¿Cómo ha conseguido ganar durante más de 20 años?

R. Porque cuando conseguía un resultado, quería otro. Nunca pensé en cogerme un año sabático después de una medalla olímpica, yo volvía a entrenarme a los pocos días.

P. ¿Qué recuerda de su primer día en el gimnasio?

R. Que le rompí el florete a mi hermana… un desastre. Tenía 7 años.

P. ¿Cómo les explicaba a sus compañeros del cole que su deporte era la esgrima?

R. El problema fue una maestra que tuve, la señora Uncini, que estaba convencida de que el que hacía deporte no podía rendir en los estudios… Le demostré que no era así.

P. Tenía 17 años cuando ganó su primer mundial júnior, pocos días después de la muerte de su padre. ¿Cómo consiguió no derrumbarse?

R. Cuando empecé a competir con 9 años, época en la que lloraba si en vez de ganar 5-0 ganaba 5-1, todas las noches hablábamos mi padre y yo de cuando sería campeona olímpica. Quería cumplirlo y ayudar a mi madre, no podía permitirme derrumbarme. Estoy segura de que detrás de la remontada en Londres [recuperó 4 puntos en 13 segundos y se colgó el bronce] estaba la mano de mi padre, hubiese sido imposible, si no, conseguir ese milagro.

P. ¿Cómo se imagina su primer verano sin Juegos?

R. Juegos habrá… los veré como espectadora, pero será raro. Viviré emociones diferentes.

P. ¿Quién le enseño la cultura del trabajo y del esfuerzo?

R. El maestro Triccoli. ¡Tiraba ciertos golpes, cómo dolían! Te quemaban las piernas de cuánto te obligaba a doblarte sobre ellas. Pero se pasaba todo cuando veías que llegaban los resultados.

P. ¿Qué sensaciones tiene cuando entra a la pista y coge el florete?

R. Mi madre me decía siempre: parece que bailas, es como si volaras con las piernas. Te sale todo tan natural que es bello mirarte. Y eso que mi madre de esgrima no entiende nada. Cuando me pongo la careta, cojo el florete y el árbitro da comienzo al asalto, entro en trance. Es como si la esgrima la tuviera dentro de mí y el florete me permitiera expresar lo que soy.

Con mi padre hablaba todas las noches de cuándo sería campeona olímpica. Cuando se murió, quise cumplirlo

P. ¿Hay una emoción más grande que la de las medallas olímpicas?

R. El amor por mi marido, porque sin mi marido no tendría hijos, y sin hijos y sin mi madre no tendría una familia que me apoya en los momentos difíciles. Me han dado la oportunidad de vivir emociones y regalarlas.

P. Acostumbrada a ganar siempre ¿cómo vivía y gestionaba las derrotas?

R. Para mí no estar en el primer escalón del podio era una tragedia. Pero las derrotas son más educativas, te obligan a levantarte de nuevo para ir a conseguir lo que has perdido. Si se ganara siempre no sentirías nada y las emociones son fundamentales.

P. ¿Cómo las controla?

R. Me aíslo antes de cada asalto, intento cantar para quitarme presión.

P. ¿A qué deportistas ha admirado?

R. Pietro Mennea, Sara Simeoni, Debora Compagnoni, Alberto Tomba y los hermanos Abbagnale. Cuando los conocí los seguía mirando con los ojos de una niña que los admiraba de pequeña.

P. ¿Qué le dice la gente en la calle?

R. Me gusta el cariño con el que me miran, es el mismo con el que yo miraba a mis ídolos en los años ochenta.

P. ¿Dónde guarda las medallas?

R. En un sobre en algún lugar de casa, pero no sabría decirle cuál. Lo importante no es el valor de las medallas sino lo que yo fui capaz de transmitir. No necesito mirar las medallas para saber lo que hice porque eso lo veo en la mirada de la gente.

P. ¿La emoción más grande?

R. Ser abanderada en los Juegos de Londres. Tenía miedo de tropezar, caerme al suelo y hacer el ridículo delante de todos… El maestro Triccoli me decía siempre que el deporte es la metáfora de la vida y que el que había hecho deporte podía hacer cualquier cosa. Aprendes a sacrificarte, a respetar las reglas y eso te prepara mentalmente para enfrentarte a las dificultades en lugar de sortearlas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de deportes, especializada en polideportivo, temas sociales y de abusos. Ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de periodismo de EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_