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Ciclistas en Copacabana, olímpicos sin Villa

Para Izagirre y Castroviejo que el miércoles disputan la contrarreloj, los Juegos son como cualquier otra carrera

Carlos Arribas
El pelotón rueda durante la prueba de ciclismo en ruta, el sábado en Río.
El pelotón rueda durante la prueba de ciclismo en ruta, el sábado en Río.ERIC FEFERBERG (afp)

Si se llevara al extremo la imagen, y, en efecto, se creyera que de verdad la Villa Olímpica es el alma de los Juegos, no habría más remedio que afirmar que tanto Ion Izagirre como Jonathan Castroviejo son olímpicos sin alma. O con la misma alma olímpica, escasa, que proclama su deporte, el ciclismo en carretera, el deporte del Tour, del Giro o de la París-Roubaix. Los dos españoles que disputarán el miércoles la contrarreloj olímpica llevan días aburridos, monacales, en un hotel con olor a antiguo, y luz oscura y algunos dicen que hormigas y cucarachas, a cuatro cuadras de la playa de Copacabana, cuyo solo nombre evoca vida alegre. Compartiendo melancolía con ellos, ma non troppo, los deportistas españoles de vóley playa, cuya arena, la de la playa que fue su cuna, está a dos pasos. “Nos sentimos olímpicos porque nos lo dicen, no porque sintamos que estemos en mitad de los Juegos”, coinciden ambos. “Para nosotros la rutina es como la de cualquier otra carrera, hotel, masaje, entrenamiento… Esa efervescencia que dicen que se vive en la Villa, donde los compañeros se cruzan con los mejores del mundo de cualquier deporte y se sienten parte de algo especial, no la vivimos”.

“Estamos aquí y no en la Villa porque para el ciclismo es más cómodo”, dice Javier Mínguez, seleccionador del equipo, quien, como sus corredores, vive desde el jueves pasado en el Royalty Copacabana, ventiladores y ventanas abiertas. Quien, a diferencia de ellos, no tiene edad para desear sentirse deportista de un evento especial. “Podemos salir mejor al circuito y el día de la carrera de fondo estábamos a 500 metros de la salida y la meta. La Villa es siempre un engorro. Incómoda para todo. Y los atascos, los transportes, las comidas…”

Ninguno de esos inconvenientes, ni tampoco el acabado espartano de las habitaciones, ni la ausencia de cuarto de baño en cada una y de televisión, les habría importado mucho a los corredores, que leen cómo Bolt o Nadal y hasta Sergio García disfrutan del ambiente único. Están en Copacabana e Izagirre solo le pide al cielo que el miércoles llueva. No piensa en la arena ni en bañarse ni en tomarse un chop de cerveza helada o una caipirinha, sino en la carrera, en la contrarreloj en la que aspira, como su compañero de selección y de equipo, Castroviejo, a quedar entre los ocho primeros. “Quiero que llueva para que refresque, no rindo bien con el calor, como el que sufrí el sábado en la prueba en línea”, dice el ganador, bajo la lluvia densa, de la etapa de la Joux Plane en el último Tour, la del descenso escalofriante hasta Morzine. “Mi cuerpo va mejor con temperaturas frescas, no superiores a 20 grados”. Izagirre, guipuzcoano, es el actual campeón de España contrarreloj, título que heredó de Castroviejo, vizcaíno. “Y la crono sale de Pontal, cerca de Barra, que también está lejos de aquí. Si no en la Villa, al menos, nos podían haber llevado a un hotel cerca de allá”.

Antes de que bajaran a hablar los ciclistas, Mínguez había hablado de la dialéctica de la ilusión y la realidad. De cómo Castroviejo, sobre todo, estaba ilusionado con una contrarreloj durísima, de cómo la realidad decía que no tenía mucho que hacer ante ciclistas como Cancellara, que se despide de la competición en Río y quiere hacerlo repitiendo el título olímpico que ya logró en Pekín, o Dumoulin, que lleva todo el año soñando con la contrarreloj de Río o Froome, al que vieron tomándose un coco en la cuneta y que necesita que para que le acepten en su país como tan británico como Wiggins, por ejemplo, necesita un título con la Union Jack como maillot.

Pero tampoco esa ilusión se la hacen los contrarrelojistas vascos, que se sienten ya cansados. Para los tres grandes de la especialidad, el título olímpico que pueden alcanzar es un asunto importante, para ellos, la dura contrarreloj de Río, 54 kilómetros con subidas acusadas y descensos terribles que calculan les llevarán 75 minutos de sudor, son sencillamente un día más de trabajo. Otra jornada laboral cumplida dentro de un año compuesto de casi 100 días de competición.

Para el 99% de los más de 10.000 deportistas de Río y de su Villa, de su alma, los Juegos es quizás lo más importante que les pueda suceder en su carrera, un día único en cuatro años. Para los ciclistas, y además fuera de la Villa, del alma, es otro día productivo más situado engorrosamente entre el Tour y la Vuelta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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