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Maialen Chourraut o el triunfo de la conciliación

Mientras otros países disponen de claros sistemas y métodos de producción de medallas, en España, el sacrificio individual sigue siendo la marca de fábrica

Carlos Arribas
Maialen Chourraut muestra la medalla de oro conseguida en slalom K1
Maialen Chourraut muestra la medalla de oro conseguida en slalom K1Kirsty Wigglesworth (AP)

El velódromo de Río es, o parece, el lugar más británico de todo Brasil. Un anillo peraltado de pino siberiano, Union Jacks en los balcones y medallas en los cuellos de sus ciclistas. Desde Pekín 2008, la bicicleta de pista es la gran fábrica de metales del deporte británico, un sistema productivo en el que cada ciclo olímpico se integran nuevos deportistas sin desentonar con los anteriores. En la primera jornada en el velódromo brasileño todas las pruebas las ganaron británicas y británicos, un oro en velocidad por equipos, primeros puestos en las previas de ambas persecuciones y Bradley Wiggins luciendo tatuajes y relevos monstruosos.

El rendimiento se mide con frialdad, se invierte en materiales y ruedas, se fabrica lo que haga falta. Las medallas caen a porrillo. No hay sitio para quijotes. Ni los necesitan.

En España, el país de los genios que nacen por generación espontánea y llegan a ser los mejores del mundo, detrás de cada medalla hay una dosis mayor de empeño y voluntad individual, de locura y deseo de llevar la contraria a la tradición y a lo establecido, que de método y sistema. Por eso, quizás, tengan más valor, toquen más las emociones de las personas que una vez cada cuatro años se dejan llevar por la locura olímpica ante el televisor. Es más fácil identificarse con Maialen Chourraut, por ejemplo, la campeona olímpica de aguas bravas cuatro años y un hijo después del bronce de Londres. Su éxito es el triunfo de un sistema sui géneris de conciliación que pasa porque su pareja sea también su entrenador. Como contaba Chuso García Bragado, el que el compañero o la compañera del deportista sea consciente del trabajo y el sacrificio que suponen su oficio, y colaboren en él, es básico para sobrevivir en España. Tras la de Mireia Belmonte, la otra medalla de oro española en unos Juegos en el que las cuentas empiezan a desperezarse, es también la de una mujer, la de otra luchadora tenaz que cuenta con el apoyo absoluto de su familia y un entrenador que casi exclusivamente vive por ella. Lydia Valentín, de Ponferrada, podría seguir la senda el viernes, el día en el que Nadal sumará una nueva medalla a su palmarés de campeón olímpico de Pekín ya que disputa junto a Marc López la final de dobles contra los rumanos Mergea y Tecau con la plata ya segura. Al mismo tiempo, Miguel Ángel López, marchador extraordinario gracias, también, a un entrenador de Cieza que ha entregado su vida a la persecución de un sueño loco, tendrá la oportunidad de sumar un oro olímpico al europeo y al mundial que ya tiene. Y el fin de semana, Sergio García y Rafa Cabrera, figuras del recién olímpico deporte del golf, podrían sumarse a la fiesta.

El deporte español empieza a carburar y Phelps, hijo del acreditado sistema productivo del deporte universitario de Estados Unidos, no cesa de hacerlo en la piscina. El norteamericano ganó los 200m estilos con una ventaja que en una carrera de caballos sería de un cuerpo, enorme, y al terminar, con una sonrisa entre seráfica y diabólica hizo bailar cuatro dedos de su mano derecha como si le hiciera lo de los lobitos a su hijo Boomer. Son cuatro los oros de Río en la cuenta del chaval de Baltimore, 22 el total de su carrera, un número para el que ya no tienen dedos ni sumando los de los pies y las manos. En un alarde de productividad, inmediatamente después de subir al podio para escuchar las Barras y Estrellas, Phelps volvió a la pileta para disputar las semifinales de los 100m mariposa, el que debería constituir su quinto oro carioca en una final en la que le espera Chad le Clos.

“No soy la próxima Bolt ni la próxima Phelps, soy Simone Biles”. En vísperas de que Usain Bolt empiece a copar las portadas, la gimnasta norteamericana, extraordinaria e imbatible como el atleta y el nadador, y como Kohei Uchimura, prosiguió también con su fabricación de oro ganando el concurso completo por más de dos puntos sobre su compatriota Aly Raisman. Le espera la pelea por tres títulos más: salto, suelo y barra. Las asimétricas son el único aparato en el que la reina de Río no se clasificó para la final. Desde Nadia Comaneci en Montreal 76, la gimnasia femenina no había generado una figura tan dominante que sobrepasa los límites de su deporte.

Tan pocas personas, tantas medallas, y un país, Fiyi, que hasta el jueves no consiguió la primera de su historia olímpica tras imponerse al Reino Unido en la final de rugby a siete, especialidad en la que ya eran los mejores del mundo. Si el regreso del golf aún se considera erróneo, el rugby en su versión reducida y tan dinámica, se ha insertado con éxito y a la perfección en el programa olímpico.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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