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Fernando Gaviria, el sprinter que llegó de Colombia

El ciclista aspira a ganar una medalla para su país en la prueba de ómnium

Carlos Arribas
Fernando Gaviria, durante una de las pruebas.
Fernando Gaviria, durante una de las pruebas. ERIC FEFERBERG (AFP)

--“Yo quiero que usted me entrene como entrena a mi hermana, como entrena a Fabián; yo quiero que usted me haga campeón”

--“¿Campeón de qué, Fernando? Si ya eres campeón nacional de pista”

--“Pues yo creo que puedo ser campeón mundial. ¿Qué tengo que hacer?”

De cada una de las conversaciones de Fernando Gaviria con Jhon Jaime González asoma el germen de lo extraordinario, una chispa, un giro inesperado, único, una sentencia profética.

La primera vez que Gaviria habló con el responsable de velocidad del equipo de pista de Colombia, el ciclista que rápidamente sería apodado en su tierra, Antioquia (Colombia), como El misil de La Ceja, tenía 17 años. Estaba sentado a la puerta de su casa en La Ceja, la pequeña ciudad pegada al aeropuerto de Medellín en la que nació y se crio, y esperaba que su hermana Juliana, la campeona colombiana de velocidad, volviera de su entrenamiento para confesarle al técnico su inquietud, su impaciencia, su deseo. Unos meses después, recién cumplidos los 18 años, Gaviria se proclamó en Nueva Zelanda campeón mundial juvenil de madison (haciendo pareja con Jordan Parra) y de ómnium, una prueba que nadie en el equipo quería hacer y que él aceptó, aunque no le gustara. Esto ocurrió en agosto de 2012. En los Juegos de Río es uno de los favoritos para lograr el oro.

Gaviria es pistero y es también rutero. Entrena el mediofondo tras moto en el cemento del velódromo de Medellín como muchos años antes se entrenaron primero Martín Cochise Rodríguez, el primer colombiano que conquistó Europa sobre ruedas, y un poco más tarde Santiago Botero, dos ruteros que a piñón fijo aprendieron a dominar ritmos, cadencias, a pedalear. Gaviria ha ganado ya el campeonato nacional contrarreloj y ha formado parte del equipo de Colombia en el Tour del Porvenir.

Fernando Gaviria es ciclista, es colombiano, triunfa en Europa y no es escalador, cuatro afirmaciones que nunca se habían escrito en una misma frase. ¿Pero, cómo? ¿Eres colombiano y no subes una montaña?, le preguntan perplejos todos en España o en Bélgica la primera vez que lo conocen. Y él, callado y todo, ha ofrecido tantas veces la misma explicación que ya la ha perfeccionado y depurado, y solo ofrece su esencia, un par de frases para contar su vida, para desvelar su misterio.

--“La explicación son las ganas de ganar que me llevan, la necesidad de definir mi terreno, y se me hacía más fácil ganar al sprint que en la montaña, y así se me abrió la puerta. Siempre que veo una bandera de cuadros quiero pasar el primero”.

Y luego puede estirarse un poco más Gaviria y contar que él no es uno muy de sueños o de ídolos, pero que en todo caso antes que palabras como Tourmalet o Alpe d’Huez o Alto de Letras, desde pequeño a él le gustaba más cómo sonaba París-Roubaix o Milán-San Remo, y al oírlas, y llegan a él como en una revelación, y otras que las complementan, como pavés o Poggio, la imaginación le llevaba volando, casi como a quien oyendo por primera vez el Clave bien temperado de Bach una tarde de verano aburrida descubre que existe la música clásica. Y cuando habla de ciclistas y de sus historias no cita ni a Lucho Herrera ni a Fabio Parra, y ni siquiera a Nairo o Chaves; para él los colombianos son Cochise, alegre y dicharachero como él es grave de voz, o Santiago Botero… y los de ahora se llaman Tom Boonen o John Degenkolb, los que han ganado las carreras que él se ha soñado.

Afirma que no ganará nunca una gran Vuelta porque, entre otras cosas, aún no ha corrido ninguna, no ha probado su capacidad de recuperación etapa tras etapa, ni tampoco se ha enfrentado aún a la alta montaña.

Gaviria habla de Merckx porque quiere ser un ganador a lo grande, un ganador de monumentos, no solo de etapas, no solo de sprints. Su padre, José Hernando, corredor de cierto nivel en la Colombia de los años 80 que llegó a correr un Clásico RCN, le hizo patinador de velocidad con patines en línea antes que ciclista. “Desde bien pequeño yo tuve la ilusión de la bicicleta, y a los dos años ya tenía una a la que enseguida le quité los ruedines para ir solo sobre dos ruedas, pero mi padre no quería que empezara de niño a ser ciclista porque podría ser perjudicial para mí empezar tan pequeño. Y yo le decía a los cinco años, ‘papá, déjame montar en bicicleta, es que quiero ganar el Tour’, pero él se mantuvo firme. Y a mi hermana Juliana, tres años mayor que yo, y a mí nos apuntó mi padre en club de patinaje de La Ceja”, dice Gaviria, quien corrió sobre patines, veloz y muy ágil y con un gran sentido del equilibrio, desde los seis hasta los 14 años.

Cuando fichó por Etixx, el invierno de 2015, Jhon Jaime estaba con él en París, donde había ganado su primer Mundial absoluto de ómnium, y lo acompañó a Lovaina, a la Academia Bakala, donde los fisiólogos y entrenadores del equipo realizan las pruebas físicas y de esfuerzo a los nuevos corredores. En las pruebas de esfuerzo se vio que Gaviria no solo puede ser velocista, sino que también se le puede trabajar para las contrarreloj. “Fernando mide 1,78 metros, que no es mucha altura comparada con la de los sprinters grandes europeos, y pesa 71,5 kilos”, explica Jhon Jaime. “Alcanza en los sprints una potencia de 1.200 vatios y tiene el umbral anaeróbico en el 94% de su potencia máxima. Para ser tan veloz, es un excelente rutero, tiene fondo. Tiene más potencia que Cav, y eso le entusiasma a uno y al corredor, pero tiene aún mucho por mejorar”.

Y cuando oye eso, Gaviria adelanta una mano y con la otra va contando con los dedos y recordando su recorrido en el ciclismo mundial, siempre un poquito más alto cada vez. “Voy progresando. Nunca he temido no progresar”, dice

Este Gaviria será el que a partir de este domingo intente ganar en Río su primer oro olímpico en el ómnium, la prueba de seis especialidades (kilómetro, scratch, eliminación, persecución, 200m lanzado y puntuación) en la que sus rivales serán, sobre todo, Viviani y el inevitable Cavendish, contra quien en el velódromo repetirá sus duelos de carretera. Será otro Gav y Cav, un match intenso. “Soy triple campeón mundial de ómnium, juvenil y absoluto, y buscaré ser campeón olímpico, pero es imposible prometer nada”, dice. “Hay que pedalear seis pruebas y definir en todas. Hasta que no terminen las 160 vueltas de la puntuación no quiero creer ni hablar de medallas. Es mejor no ilusionarse con algo que está lejos”.

Y cuando se le oye decirlo se agranda, oculto tras su voz tan profunda y calmada, el misterio Gaviria, el ciclista que es sprinter porque solo le gusta ganar y que es capaz de dejar ganar con una generosidad que solo los más grandes pueden regalar. Y también queda una certeza: será muy difícil que Gaviria, el que acelera siempre que ve una bandera a cuadros, no regrese de Brasil a Colombia con una medalla de oro colgando de su cuello fuerte.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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