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Para Sergio Fernández, las vallas no son un obstáculo

El español bate el récord nacional de 400m vallas, borrando una marca de 29 años

Carlos Arribas
Sergio Fernández, durante su semifinal.
Sergio Fernández, durante su semifinal.SRDJAN SUKI (EFE)

Para un vallista de 400, peor aún que la calle ocho es la calle uno, la de la curva más estrecha, la que obliga a medir la zancada, la calle por la que Sergio Fernández ha batido un récord de España de 29 años. La frontera de los 49s clavados que fijó en el Mundial de Roma 87, cuando él aún no había nacido, José Alonso Valero parecía más firme que los Pirineos. No para Sergio Fernández, de Barañain (Navarra), 1,88m, la talla de Indurain, un armario ancho y fuerte de largas piernas, un atleta para el que las vallas no son un obstáculo sino un estímulo, que lo dejó en 48,87s en la disputa de las semifinales. Un récord en un estadio olímpico, todo un título. El pupilo de Jesús Álvarez, que en las series también corrió por la calle uno, terminó tercero en su serie. Se quedó a menos de tres décimas de pasar a la final, lo que habría sido extraordinario.

El pupilo de Jesús Álvarez terminó tercero en su serie. Se quedó a menos de tres décimas de pasar a la final

El día de San Juan, en el mismo mitin de Madrid en el que Bruno Hortelano, otro joven veloz que brilla en Río, batió el récord de España de 100m (10,06s), Fernández ya anunció de lo que tenía en las piernas al terminar sus 400 vallas en 49,02s. La duración del récord era cosa de semanas. No cayó en los Europeos de Ámsterdam, donde fue plata tras el turco de origen cubano Yasmani Copello (48,61s en la semifinal, uno de los que le cerró el paso a la final). Esperó hasta Río.

Lo hizo en un estadio caliente. Media ruidosa entrada, que había alcanzado su punto más bajo de deportividad unos minutos antes cuando pitó y abucheó estentóreamente a Renaud Lavillenie al subir al podio a por su medalla de plata en pértiga. La misma torcida que la noche interior no le permitió competir plenamente frente al ídolo local, Thiago Braz, le machacó en el momento de asumir su derrota en el segundo escalón, desde donde aguantó el himno de Brasil saludado marcialmente, con la mano en la sien, por el campeón local. Después de la vergüenza, el locutor debió repetir cada cinco minutos al público que en el atletismo hay que respetar a todos. Con escaso éxito.

“Ya estoy acostumbrado a la calle uno”, bromeaba antes de la semifinal un atleta que dio un gran salto de calidad al llegar a Madrid hace dos años. “No me importa. Sé correr por ahí también”. Así fue. Manteniendo perfectamente conjuntados ritmo, velocidad y resistencia, Sergio Fernández aguantó los 13 pasos entre vallas hasta la séptima. Sobre las tres de la recta, su punto fuerte, aceleró lo suficiente para terminar echando el aliento al ganador, el subcampeón olímpico de Pekín, Kerron Clement (48,26s) y, sobre todo, al keniano al que persiguió los últimos 100m, que le aventajó en solo dos centésimas, las que le impidieron ser el primer español que disputara una final olímpica en la distancia.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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