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Otro final macabro para el Atlético

El Alavés empata en el minuto 95 tras adelantar Gameiro al conjunto rojiblanco en el 92

Ladislao J. Moñino
Gameiro celebra el gol del Atlético de penalti.
Gameiro celebra el gol del Atlético de penalti.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

El primer partido de la que será la temporada de despedida del Vicente Calderón fue fiel a esa parte de la historia rojiblanca que mezcla el sufrimiento, con el alborozo y el drama. Reapareció traicionera esa parte de su vida en la que al Atlético de Madrid le cabe todo en los minutos finales. Un penalti a favor en el descuento, con la grada pasando de la desazón a la euforia y, de nuevo, por enésima vez, condenada a rumiar un resultado en contra cuando festejaba el triunfo. Ninguna hinchada parece más apegada a vivir la grandeza del fútbol que la del Atlético, tantas veces golpeada en situaciones similares. Gameiro había transformado el penalti cometido en el descuento sobre Torres, bandera de la carga final que parecía haber encontrado premio, y al poco, Manu engarzaba ese disparo que superaba a Oblak. Esa amarga incredulidad volvió a flotar sobre jugadores, entrenador y afición. No hizo más el Alavés en ataque que esa jugada y se llevó un punto. De nuevo, ese fatalismo que roza lo macabro inundó el Calderón. No es más el fruto de las posibilidades que ofrece el juego mientras el colegiado no señala el final, pero con el Atlético parece ensañarse.

La nueva temporada para el Atlético de Madrid enseño un mismo problema a resolver: el gol. También una certeza. El equipo mantiene esa fe inquebrantable para ir a por los partidos hasta el último aliento. El problema del gol se le manifestó a los rojiblancos en sus dos vertientes. Primero en serios problemas para generarlo, después, cuando el juego le alcanzó para tenerlo, le falló la definición. Dos palos, uno de Carrasco y otro de Torres, y un remate al limbo de Gameiro con todo a favor y una doble ocasión del francés sobre la raya certificaron esa mala relación con el gol que persigue al Atlético desde hace tiempo. El partido fue suyo de principio a fin. El Alavés se presentó en Madrid con la intención de solo aprobar en defensa en su reestreno en Primera y concedió todo sin ningún rubor: campo y pelota.

Tuvo el Atlético de inicio esos tramos largos de fútbol de zapa. Un buen puñado de minutos en los que exhibe esa condición de equipo tan laborioso como trabajado para ocupar el campo, pero lento de ideas para progresar en ataque con veneno. Son instantes en los que el repaso de la nómina de sus jugadores ofensivos obliga a cuestionarse por qué no tienen más protagonismo. ¿No es Carrasco un jugador para el desborde continuo? ¿No tiene Gameiro una capacidad de desmarque hacia los costados y hacia el arco contestada como para encontrarle más? Le suele pasar a este equipo que hay partidos en los que el brillo de sus jugadores de más talento es escaso para el potencial que atesoran. Puede que tenga que ver con lo que le cuesta engarzar un fútbol más fluido para generar más unos contra uno y más espacios por delante de sus delanteros para que estos puedan correr.

Los primeros agujeros los encontró el equipo de Simeone con Juanfran, muy activo y culebrero. Un centro suyo atrás lo pifió Koke. Este último rompió al Alavés tras un pase en profundidad de Juanfran y su pase lo desaprovechó Gameiro a la carrera, solo ante Pacheco, con un remate arriba. Al poco, Carrasco ejecutó una de esas roscas desde fuera del área que forman parte de su repertorio y el palo la repelió. Jugó el belga en vez de Gaitán ante la ausencia de Griezmann, en lo que pareció una decisión de Simeone de respetar los méritos de la temporada pasada en un curso en el que él mismo ya ha advertido de que debe ser muy cuidadoso con sus elecciones.

Debió irse el Atlético al descanso con el marcador a favor. Su falta de puntería le obligó a uno de esos segundos tiempos clásicos en los que se vuelca en el área contraria con el corazón en la boca. Simeone, además, vació el cargador desde el primer minuto de la reanudación dando entrada a Torres por Tiago. Y redobló la dinamita metiendo a Correa y Gaitán por Carrasco y Gabi. La rotación dejó como mediocentros a Koke y a Saúl, en una decesión muy ambiciosa que le dio para cercar al Alavés hasta acogotarlo y sacar ese penalti bien provocado por Torres. Todo parecía liquidado con la ejecución de Gameiro. Pero emergió esa historia en la que al Atlético le cabe todo en un minuto: alegría y desazón.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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