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En Nueva York, la guerrera y el libertario

Wozniacki y Monfils, fuera de las quinielas, ocupan un primer plano en las semifinales, en las que se miden a Kerber y Djokovic respectivamente. La danesa lucha contra el deterioro de su carrera

Alejandro Ciriza
Wozniacki saca durante el partido contra Sevastova.
Wozniacki saca durante el partido contra Sevastova.EDUARDO MUNOZ ALVAREZ (AFP)

En Nueva York, las ráfagas de aire que deambulan estos días previenen de la llegada de un huésped indeseado. Es Hermine, el huracán que desde hace días rodea la costa este de los Estados Unidos y mantiene en alerta a la gran metrópoli. Cierre de playas, evacuaciones voluntarias en Long Island, dispositivos de emergencias activados. Los medios están dispuestos ante la tormenta tropical. La llegada de Hermine era previsible, pero no así otras dos irrupciones, acotadas únicamente al asfalto calenturiento de Flushing Meadows.

Son las de Caroline Wozniacki y Gael Monfils, dos nombres que no entraban en las quinielas y ahora ya están inscritos en el tablón de las semifinales. Dos tenistas que después de un periodo sombrío vuelven a ver la luz. La primera, una estrella que se fue difuminando después de alcanzar el número uno (octubre de 2010) y el segundo un libertario al que siempre se le ha esperado, pero que nunca ha llegado del todo y que como compensación ha desafiado permanentemente a la lógica del juego y la física, con acciones tan plásticas como inverosímiles.

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El caso de Wozniacki también contradice al raciocinio. La danesa hizo cumbre con 20 años, pero nunca ha llegado a cumplir las expectativas que suscitó su fenómeno, el de una tenista talentosa, con un físico privilegiado —tiene una marca de 3h 26m 33s en los 42 kilómetros del maratón de Nueva York— y un potencial mercadotécnico imprescindible en estos días de tanto marketing y figuras cosméticas. En 2011 conquistó cinco trofeos y rechazó hacer un desnudo para Playboy. Ese mismo año la revista Forbes cifró sus ingresos en 11 millones de euros, lo que la situaba como la segunda deportista mejor pagada del mundo.

Hoy día conserva el tirón comercial, pero en el plano tenístico su nombre se ha desvirtuado. Se fue distanciando progresivamente del top-10 y actualmente ocupa el peldaño 74 de la lista de la WTA. Durante el último lustro su mérito individual más reseñable es la final que alcanzó hace dos años en Nueva York y los dos últimos años ha tenido que superar un rosario de lesiones. No pudo jugar en Roland Garros, y en Melbourne y Wimbledon perdió en la primera ronda. Sin embargo, la Gran Manzana le ha devuelto la inspiración. Esta madrugada encara a un acorazado, Angelique Kerber, y cuando le preguntaron por la alemana, a dos triunfos de convertirse en la nueva número uno, respondió: “Para ser honesta, mientras he estado lesionada no he visto un solo partido suyo. Tendré que ver vídeos”.

“Sé que suena mal”, continuó. “Pero no me importa nada ahora mismo qué ranking tengo, si estoy la 5, la 20 o la 100. Lo más importante para mí es disfrutar de lo que hago y estar sana; es lo que me importa ahora mismo. Cuando estoy sana, puedo jugar a mi mejor nivel. Lo importante es creer en uno mismo. Sé que puedo hacerlo, sé que puedo derrotar a cualquiera”, prolongó la de Odense, reconocida en la pista como una guerrera que no da por perdida una bola, como su rival en las semifinales.

Monfils: ¿Recurso o solo 'show'?

Monfils celebra su triunfo contra Pouille.
Monfils celebra su triunfo contra Pouille.ELSA (AFP)

El de Monfils, eléctrico y elástico, es un episodio distinto, pero su actuación neoyorquina también ha cogido por sorpresa a todo el mundo. El parisino, de 30 años, afronta a Novak Djokovic, que aterrizará en el pulso con tan solo 6h 26m de desgaste. Sin embargo, hablar de él supone hacerlo de uno de los tipos más imprevisibles del circuito. Es el 12 del mundo —llegó a ser el siete en julio de 2011—, pero siempre se le ha considerado un tenista disperso, que necesita de adrenalina y el espectáculo para no caer en el tedio. Su techo son unas semifinales de Roland Garros (2008). Con él, surge esa sensación del que pudo ser y no fue.

Aun centrado, estos días amagó con atarse los cordones en mitad de un punto, y en la línea de siempre ha dejado alguna estirada imposible, que algunos contemplan como meros artificios. “Seamos sinceros: ¿Voy a hacerme daño por la gente? No. Me tiro al suelo porque quiero ganar el punto. Cuando montas un show es para entretener, pero esto del tenis consiste en ganar”, se defiende el galo, cuya carrera también ha sido diezmada por las lesiones. Con una rótula bipartita, en 2011 se dañó el cartílago de la rodilla y su futuro quedó entre interrogantes.

Pero ahora, en Nueva York, el tenis está ofreciendo segundas oportunidades. Se la ha concedido a él, el acróbata transgresor, y a Wozniacki, la guerrera de vuelta.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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