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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zidane, ese aprendiz

Del Madrid actual se dice que no juega a nada y jugando a nada lleva 29 partidos sin perder

Zidane da instrucciones desde la banda en el derbi del sábado.
Zidane da instrucciones desde la banda en el derbi del sábado. Francisco Seco (AP)

Coja usted a un equipo donde a su antecesor jamás, nunca, nadie, tomó en serio. Un equipo que de tanto como sabía a qué tenía que jugar no jugaba a nada. Coja usted, digo, a ese equipo hecho jirones y conquiste el trofeo de clubes más preciado del mundo, la Champions. Y luche por la Liga, en la que a punto estaba de ser amortajado, hasta el último minuto del último duelo. Y gane 34 partidos de los 45 disputados. Y pierda solo dos. Y hágalo habiendo sido uno de los futbolistas más extraordinarios de la historia reciente, pasada y futura. Siéntase durante un instante en ese papel, pero no se regodee en los éxitos, ni se le ocurra. Ni en el respeto, el cariño y la admiración que le profesan sus jugadores. Ni en la devoción que le regala cada día la inmensa mayoría de la afición. Porque en cualquier oscuro rincón no ya de cualquier oscuro bar, que también, sino de cualquier redacción de periódico o de radio, en cualquier red social, en cualquier tertulia de esas en las que quien no grita no cobra, habrá alguien que afile su retorcido colmillo y que vocee ¡ay mi madre!, que usted, sí, usted, señor Zinedine Zidane, no sirve para entrenar al Real Madrid.

Hubo un tiempo en el que el Madrid ganaba partidos (y títulos) y se decía que era gracias a la santidad y el culo de su portero, un tal Casillas, y a los goles de Ronaldo, el primero, el que no pisaba un gimnasio, el que celebraba sus éxitos sonriendo y moviendo de arriba abajo el dedo índice de su mano derecha, sin más. De aquel Madrid, bautizado como galáctico, se decía que no jugaba a nada. Con lo fácil que hubiera sido decir que jugaba a lo que le venía en gana a cada una de sus estrellas. Hubo otro Madrid, el inmediatamente anterior a la llegada a la presidencia de Florentino Pérez, que jugaba… ¿a qué jugaba? Ah, sí, a lo que dictara Fernando Redondo. Era este un jugador que antes de entrar en el santoral del madridismo tuvo que soportar debates del estilo de si debía jugar él o Milla, y permítanme que no siga con el tema porque este humilde opinador tardó años en volver a encajar la mandíbula en su sitio y no quiere volver a vivir esa experiencia.

Y ahí tenemos al Madrid actual, que no juega a nada y que jugando a nada lleva 29 partidos sin perder. Pero dado que todos, sí, todos, reconozcámoslo, sabemos mucho más que el sinsustancia ese de Zidane, pues seguiremos con la matraca de la táctica, del sistema, que si el 4-4-2 es mejor que el 4-3-3, aunque a veces un 4-2-3-1 es preferible a un 4-2-4 pero no a un 4-2-4-1, que sería lo ideal si no fuera porque en esta variante nos sobra un jugador. Parece que no pero con este divertimento, a modo de sudoku, se nos van pasando los días tan ricamente. Y mientras pontificamos sobre lo mal que ataca el Madrid, lo regular que defiende, lo inestable que parece su centro del campo o lo inepto que es su entrenador, el equipo gana, y gana, y vive en paz. Incluso jugadores que tenían un pie fuera, pongamos Isco, están a punto de renovar. Lo hará en el cuarto de estar como lo hicieron los de la tropa (Kroos, Modric, Bale o Lucas), pues el salón del trono queda reservado para Cristiano, un futbolista que en el rato que discutimos si está acabado o no estornuda y marca tres goles. En cualquier otro equipo semejante diferencia de trato no tendría sentido, pero sí en el Madrid, ese club que llevó a Casillas a despedirse en el cuarto donde la señora de la limpieza (que también será renovada) guarda el mocho.

Pero son días de felicidad en el Madrid, que no juega a nada más que a ganar, dirigido como está por un aprendiz. Es tan divertido el fútbol y admite tantos debates que uno recuerda aquel artículo publicado en 2001 en un diario deportivo catalán, cuyo autor tuvo a bien titular así: “Prefiero a Saviola antes que a Zidane”. Y otra vez la mandíbula desencajada.

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