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Muere Fidel Uriarte, el delantero del Athletic que debutó con Iribar

Fue pichichi en 1968 y marcó cinco goles en un partido contra el Betis ese año

Uriarte remata de cabeza para anotar el cuarto de los cinco goles que le hizo al Betis, el 31 de diciembre de 1967.
Uriarte remata de cabeza para anotar el cuarto de los cinco goles que le hizo al Betis, el 31 de diciembre de 1967.

En 2001, el taxista que me llevaba del hotel al pabellón Palamalaguti de Bolonia, donde se enfrentaban el Kinder y el TAU en el segundo asalto de la final de la Euroliga, me aclaró el secreto de baloncesto: “Si tienes un base y un pivot, tienes un buen equipo”, resumió tras analizar con detalle al Kinder Bolonia. Años después, reflexionando sobre el fútbol, me dí cuenta que la aseveración de aquel taxista, explicaba a la perfección el por qué de mi apego al fútbol. Cuando se tienen dos referentes como Iribar y Fidel Uriarte, el que detiene los goles y el que los obtiene, es imposible despegarse de ese juego tan sencillo que poco a poco se ha ido complicando. Si el fútbol es una de las patrias de la infancia, Fidel Uriarte reunía todas las condiciones del héroe: abnegado, efectivo, optimista, infatigable, con la autoestima siempre a punto, disponible para rematar lo fácil y lo difícil, bienhumorado, pillo pero no tramposo, generoso pero no excesivo. Ahora que se ha ido, los niños de los 60, nos hemos quedado un poco más huérfanos de lo que ya estábamos.

Porque además Fidel Uriarte (Sestao, 1945) remataba como un nueve pero jugaba de diez, cuando el 10 llevaba el 10 y la camiseta eran rayas rojas y blancas con un escudo en el pecho y un número a la espalda. Nada más. Podía haber llevado cualquier número porque como él dijo alguna vez: “Yo he jugado en todas las posiciones”. Tal era su convencimiento de que podía resolver cualquier embrollo que el campo se le hacía pequeño y esperar el balón se le antojaba una pérdida de tiempo..

Fidel Uriarte, en el estadio de San Mamés.
Fidel Uriarte, en el estadio de San Mamés.

Debutó con el Athletic, con 17 años, frente al Málaga en setiembre de 1962. No fue casual ni el rival ni que ese mismo día debutase también un tal José Ángel Iribar por la lesión de Carmelo. Que fuera el Málaga, era solo el primer roneo de una amistad duradera: su primer gol, de los 120 que marcó con el Athletic, se lo hizo al Málaga en San Mamés y allí acabó su carrera como futbolista en 1977, jugando como libero, porque así se lo “impuso” al técnico Milorad Pavic, con el que había ganado una de sus dos Copas del Rey en el Athletic. Que ese día debutase también Iribar era casi obligatorio: dos referentes rojiblancos tenían que coincidir en el inicio de sus carreras. Lo único que se salió del guión fue la derrota, porque Uriarte jamás perdía, o mejor dicho, jamás pensó que iba a perder aunque perdiera por tres goles y quedasen cinco minutos. Estaba convencido que cuatro buenos centros de Koldo Aguirre, sus padre futbolístico, bastarían para revertir el resultado.

Jugó 394 partidos en sus 12 temporadas en el Athletic, más otros 46 en el conjunto andaluz, donde solo consiguió un gol, jugando de defensa libre. El gran rematador había encontrado su estanque dorado en el área propia. Ninguno de los goles de Fidel fue anodino, puede que alguno fuera afortunado, ero acostumbraba a marcar superando la adversidad: “Cuando peor remataba es cuando estaba solo”, recodaba Koldo Aguirre, “necesitaba verse rodeado de contrarios para hacer sus mejores goles”. Consiguió el trofeo Pichichi al máximo goleador en la temporada1967-68, con 22 goles en 24 partidos, cinco más que los conseguidos por Luis Aragonés. Y entre sus gestas figura los cinco goles que le hizo al Betis (8-0) en la Nochevieja de 1967. Fue internacional nueves veces, disputó algunos partidos amistosos y la clasificación a la Eurocopa de 1972 con la selección española.

Olvidado el fútbol, y antes de olvidar lo que el tiempo le había dado, fue concejal en Castro Urdiales (Cantabria), tras haber tenido una leve experiencia como entrenador que no podía prosperar. Era demasiado libre como para coartar la libertad de los futbolistas. Además ya era otro fútbol, donde los héroes tenían otras características, más cercanas a Hollywood que al patio de su recreo. Probablemente mirando al mar, sin saber por qué iba y venía (o quizás sí), sin recordar como cabeceó en plancha a ras de suelo aquel centro de Rojo desde la izquierda o como recorrió todo el campo, con la lengua fuera, en el minuto 85 sin que ningún compañero pudiera seguirlo y disparó desde lejos, ya sin fuerzas, para batir a Harriot, el portero del Dumferline escocés (o quizás sí). Él perdió la memoria, pero la memoria no le perderá a él.

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