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El Athletic gana ante el Barcelona una batalla perdida

Los goles de Aduriz y Williams inutilizan el asedio azulgrana y el gol de Messi

Aduriz pelea el balón con Rakitic y Umtiti.
Aduriz pelea el balón con Rakitic y Umtiti.Miguel Toña (EFE)

La Copa tiene sus códigos, tan estrictos que alteran cualquier reglamento. Si en la Liga impera la estrategia, la especulación, el cálculo; en la Copa prevalece la intensidad, el carácter, el corazón y ese asunto tan incalculable que es la fe. Y de ese segundo código, el Athletic se sabe todos los artículos. Porque gane o pierda, lleva el gen de la Copa en su ADN. Por eso el Athletic muere y resucita como un milagro permanente. Y en cada resurrección encontró un gol a base de aprovechar los errores del rival y convertirlos en oro molido. Lo hizo Aduriz, cuando Iniesta perdió el balón (una rareza futbolística) y Aduriz lo guisó y lo comió, previa asadura de Raúl García. Y cuando el Barça por fin se dio cuenta de que la camiseta le identificaba (por rara que fuera) y empezó a explorar la banda derecha el Athletic, un boquete mayor que una estación soterrada, llegó el golazo de Williams, tras una sutileza de Aduriz de tacón. Aduriz fue cortesano, Williams, el gastador.

De pronto el Athletic ganaba con una certeza tan rotunda que todo eran preguntas en el Barça. El tridente era un cuchillo de pescado donde solo Neymar tenía ganas de hincar el diente. Y el Athletic colgado de su fe iba creyendo en sí mismo. Más aún cuando el árbitro decidió absolver a Iraizoz cuando derribó a Piqué y, más aún, a Etxeita cuando hizo lo propio con Neymar, de forma más clamorosa. En ambos casos indultó al Athletic y entre ambos indultó una agresión de Aduriz a Umtiti.

La Copa y sus circunstancias. Y las circunstancias espoleaban y sinceraban al Athletic que entrevió un Barça débil y el fantasma de la Supercopa quizás le protegía. Y que el partido tenía ese perfume del sudor que tanto le alivia y le motiva. Y soñó hasta que el Barça se quitó las legañas de los ojos, alivió la mirada y empezó a ser sí mismo.

No fue Messi el misil, con la ojiva desviada hasta que cazó una falta directa que Iraizoz entendió mal. Fue Neymar el cuchillo en la mantequilla, el futbolista que elimina contrarios y proporciona superioridad a su equipo. Su fútbol fue el fútbol del Barcelona y la inferioridad del Athletic que poco a poco empezó a ver el campo cuesta arriba, la pendiente infinita. Poco importaba que Suárez estuviera intratable, pero no con el rival sino con el balón, o que Messi resultara intermitente, o Iniesta tímido como un novel.

El Athletic se enredó en su fe y no haló las obras. Y el Athletic en la segunda mitad encontró su propio yo, es decir, su asedio particular, su monólogo compulsivo frente a un rival que poco a poco iba fundiendo sus pilas, más aún cuando se quedó con 10 por expulsión de Raúl García. Y luego con 9 por expulsión de Iturraspe. Y luego por agobio infinito, porque el Barça ya era el Barça y el Athletic se tomó el partido como si fuera el de vuelta y la victoria le clasificase. Pura resistencia física, guerrilleros contra acorazados en una batalla épica, desigual pero ilusionante.

Defendía el Athletic con uñas y dientes, luego sin dientes tras el gol de Messi que a veces se equivocó eligiendo lo mejor en vez de lo bueno. Adornos navideños que le robaron el gol. Y Neymar que asistía y asistía, Y el Athletic que corría y que corría, ya agarrado al campo con las uñas en pos de una victoria escasa pero meritoria.

San Mamés vivía el partido como si no hubiera un mañana, es decir, como si no hubiera segunda parte de la eliminatoria. Se trataba de ganar y el Barça sentía que perder le ensuciaba el traje. Sabía que no había jugado bien y que debía ganar, o al menos empatar. Y lo rebuscó por todas partes, con más coraje que estrategia, con las habituales diagonales de Messi, sus pases oblicuos, con el desborde Neymar, sin la aquiescencia de Luis Suárez. El Athletic decidió resistir, no le quedaba otra y logró su objetivo. Ganó una batalla y tiene difícil la guerra. Pero fue feliz.

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