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Eibar y Atlético intercambian goles

Los rojiblancos acceden a las semifinales de la Copa del Rey en un partido sin sal

Los jugadores del Atlético celebran uno de los goles.
Los jugadores del Atlético celebran uno de los goles.Javier Etxezarreta (EFE)

Por la cuesta que sube desde la plaza de Unzaga hasta Ipurua no había ni sonrisas ni lágrimas. El público asistía al encuentro como quien espera en la cola de la ventanilla de tributos e impuestos. Sin fe, con desgana. ¿Y cómo se tramita la desgana en el fútbol? Se apela a la autoestima de los desheredados, de los marginados, por volver al sistema que los expulsó. Se apela, si llega al caso, a la épica que envuelve los milagros. A que cosas más raras se han visto. A que por qué no. Pero el fútbol es demasiado jerárquico para permitir revoluciones, siempre ocasionales, anecdóticas. Ni el Eibar ni el Atlético pensaban que podía llover café tras el 3-0 de la ida. España no es Inglaterra, por eso la Copa no es la Copa.

Por eso Mendilibar prefirió hacer un casting en la plantilla, incluidos dos futbolistas del filial, rodeados de suplentes o futbolistas en recuperación. Por eso Simeone le dio a la ruleta de la plantilla para foguear a unos (Lucas, Correa), examinar a otros (Torres, Gaitán) y valorar a otro (Gameiro) por debajo de las expectativas. Mendilibar fue sincero en las horas previas: clasificarnos es casi imposible, pero debemos ganar el partido para la afición. Para qué andarse con circunloquios. Mejor aceptar que mentir, mejor reconocer que engañar. Por la cuesta que sube de Unzaga a Ipurua no había aceras para los milagros.

El partido se le hizo cómodo al Atlético, poco exigido por un Eibar diplomático, tranquilo en todo el campo, más voluntarioso que voluptuoso. La desgana, la anomia tienen su consecuencia. Por ejemplo que en toda la primera mitad hubiera solo un disparo del joven Josué, repelido por Moyá y otro de Gameiro salvado por Yoel, aunque estaba en fuera de juego. Nada más, ni más ni menos. El Atlético interpretando la buena gestión de la rutina, el Eibar aparentando la impaciencia del público. Pero la ventanilla solo la abrió Giménez en un saque de esquina, un gruñido ante su apocado defensor, Sarriegi, que aprendió en la jugada la importancia de la fortaleza. Dos jóvenes frente a frente con distintas experiencia.

El partido se convirtió entonces en un partido de libreta. Es decir, de los que el entrenador apunta lo que opina sobre los no habituales y poco del juego. Datos para el futuro, momentos singulares. El silencio en Ipurua era tan grande en la segunda que las voces de los pocos cantarines en la grada parecía un concierto de los tres tenores ante el silencio reverencial y desganado del público.

Pero el fútbol tiene sus espasmos, su hipo. Y resulta que Mendilibar lo encontró con el doble cambio que dio entrada a Enrich y Pedro León. En un minuto entre ambos fabricaron un gol: un disparo tremebundo del murciano al larguero y un remate posterior de espuela del catalán a la red. No hay mejor manera de tocar el balón por primera vez. Y luego va Pedro León y con la zurda, a bote pronto despista a Moyá y le bate. Misión cumplida para el encargo de Mendilibar, ganar más acá de conseguir otro objetivo. Pero sucedió que Juanfran encontró un error de la defensa del Eibar y pudo batir con una vaselina a Yoel, descolocado, sorprendido.

Probablemente Simeone no fue feliz porque su equipo siguió manifestando su endeblez incuso en las situaciones de confort. Se fue clasificado para semifinales porque llegó clasificado para semifinales. Mendilibar probablemente pensó que ni fu ni fa, que los goles fueron obra de los de siempre. Poco más que apuntar.

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