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Claudio Ranieri, de la gloria a la agonía en Leicester

El rival del Sevilla en Champions, vigente campeón inglés, cae a un punto del descenso ante el silencio de su hinchada, cada vez más fría con el entrenador que glorificó

Diego Torres
Ranieri en un momento del partido.
Ranieri en un momento del partido.TIM KEETON (EFE)

El clérigo medieval Godofredo de Monmouth dejó escrito que el rey Lear descansa en una cripta bajo el lecho del río Soar, en algún lugar de la vieja Leicester. Tal vez junto al King Power Stadium, elegantemente emplazado en la misma ribera, casi tres mil años después convertida en un polígono industrial victoriano y sucesivamente transfigurada en parque temático futbolístico, provisto de centros comerciales para beber en familia, tan limpios y perfumados que los pubs recuerdan a instalaciones de country club. “¿Alguien quiere pasteles de carne? ¿Quién quiere pasteles de carne?", insiste la azafata de rubias trenzas colgantes que recorre la tribuna cuando el árbitro, el señor Taylor, pita el descanso y los jugadores y los aficionados del Leicester City se marchan a las duchas, o a proseguir la libación, cada uno a lo suyo. Todos acaban de contemplar cómo Ibrahimovic y Mikhitrayan metían dos goles a su equipo sin mayor esfuerzo ante la impotencia de Claudio Ranieri. Proclamado “dios” de Leicester en mayo, tras conducir al club a la conquista de la Premier, este gracioso romano de Testaccio aguanta de pie con la mirada triste. Corre el riesgo de acabar bajo el Soar antes de que se cumpla un año de su pagana deificación.

El Manchester United colocó al vigente campeón de Inglaterra a un punto del descenso a Segunda. Una situación inaudita desde que se creó la Premier, hace tres décadas. El 22 de febrero el objeto de esta anomalía visita el Sánchez Pizjuán en octavos de la Champions. A menos que el aire continental provoque estímulos desconocidos, el Leicester está abocado a la agonía.

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El fútbol inglés es espectacular, sobre todo cuando se mira por televisión. En vivo el King Power Stadium reserva sorpresas decepcionantes. Primero, porque el equipo que acoge es un globo desinflado de emociones, repleto de jugadores indiferentes o inhábiles. Segundo, porque el clima festivo que se anuncia en los folletines es historia. La afición, contradiciendo la mística británica, permaneció en silencio. Sin emplear energía más que para mirar. Este domingo los únicos que alentaron a sus futbolistas con cánticos fueron los seguidores del United. A los hinchas del Leicester que abarrotaron el campo pareció importarles menos el descenso a Segunda que el suministro de pasteles.

La desilusión se cuantifica y la cuantificación desilusiona. El Leicester exhibe la peor estadística de la Premier en el mes de enero: un empate y cuatro derrotas; 11 goles en contra y ninguno a favor. El conjunto de Ranieri es el único de las cuatro divisiones profesionales inglesas que todavía no ha metido un gol en 2017. Desde octubre no gana fuera de casa.

Cruce de caminos

Las asimetrías gobiernan el fútbol. José Mourinho, mánager del United, dio fe de ello sentado en la sala de prensa tras el partido, que acabó 0-3. “La última vez que me senté en este lugar fue la víspera de que me echaran del Chelsea”, dijo, evocando los acontecimientos de la temporada pasada. La audiencia soltó una carcajada. El cruce de caminos es extremo.

Mourinho ganó la Premier con el Chelsea en la temporada 2014-15. En el verano de 2015 recibió el fichaje de Ranieri por el Leicester con una ráfaga despectiva: “Tiene casi 70 años y ha ganado una Super Copa y otra pequeña Copa. Es demasiado viejo para cambiar. Es viejo y no ha ganado nada”. Seis meses después Mourinho visitó el King Power Stadium, perdió por 2-1 y al día siguiente fue despedido. El Chelsea acabó la temporada en 10º posición. Nunca antes un campeón de Premier había caído tan bajo en el siguiente curso. El Leicester de Ranieri está a punto de rebajar el récord. Extinguido el hechizo del 2016, Morgan, Drinkwater y Huth, la base defensiva del equipo, se parecen menos a lo que soñaron ser que a lo que parecen: tres moles de hormigón.

“El año pasado nos salía todo y este año no nos sale nada”, dijo Ranieri al acabar la velada, compungido. “Si los jugadores no me quieren que suban y le pidan al presidente que me eche”.

Aclaró que era una broma y la aclaración resultó inverosímil. Los jugadores no le responden. El público y la directiva, desmemoriados, tampoco.

Sin suerte, sin público, sin sal y sin tomate

“La suerte es la sal, los aficionados son el tomate; sin tomate no hay pizza”, proclamó Claudio Ranieri en octubre de 2015. Era la época feliz en que el entrenador del Leicester City ofrecía recetas para el éxito que hacían reír a la hinchada y a los jugadores en su increíble aventura de la última campaña.

El Leicester fue hasta mayo de 2016 el más grande de los clubes ingleses que no había ganado ni Copa ni Liga. Destacaba en una escala que, por potencial, encabezaba sobre la constelación de los perdedores más significativos: Stoke, Birmingham, Norwich y Middlesbrough. Los hinchas más viejos recordaban con nostalgia el paso por lo que llamaban “la era dorada”, de los años 60. Su conmemoración se limitaba a tres finales de Copa. Tres derrotas en Wembley: 1961, 1963 y 1969. Luego, el descenso, la bancarrota y la resignación.

Hasta la llegada de Ranieri el Leicester fue el club triste de una ciudad próspera de servicios, investigación y desarrollo en torno a su universidad. Ranieri, que solo había logrado cuatro subcampeonatos en Italia, Francia y España, completó la ecuación mágica. Él ganó su primera Liga y el Leicester City también.

Ayudaron la sal y el tomate en abundancia. La fiesta fue monumental. Pero la pizza se acabó.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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