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El jeroglífico de Messi

El traslado del 10 a la mediapunta buscaba que influyera más en el juego, pero solo es decisivo más cerca del área

Jordi Quixano
Messi, durante el partido ante el Deportivo.
Messi, durante el partido ante el Deportivo.MIGUEL RIOPA (AFP)

Greñudo y con acné, Lionel Messi atendió por primera vez a Barça TV en 2003 con 16 años. “Me gusta jugar más de mediapunta, pero lo hago donde sea. El año pasado disputé algún partido de extremo, aunque no me gustó mucho”, resolvió entonces. Pero desde que llegó al primer equipo casi nunca ha sido mediapunta. Con Rijkaard fue extremo, con Guardiola tuvo continuidad en la banda y después actuó de falso 9, con Vilanova y Martino se atornilló en el balcón del área y con Luis Enrique regresó a la banda. Hasta hace cinco partidos, cuando se instaló de enlace. Pero no tiene tanta incidencia en el juego por más que sí mantenga su presencia en el área rival. Un contrasentido si se tiene en cuenta que la idea de ponerle en el medio pasa por que absorba y conjugue más la pelota.

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El cambio de posición de Leo viene dado por el intervencionismo de Luis Enrique, empeñado en dotar al Barça de imprevisibilidad. Así, con el 3-4-3, tan cruyffista y del agrado del Camp Nou, se persigue la salida limpia desde atrás, tener más posesión de la pelota y facilitar la recuperación en la transición ataque-defensa, donde el enlace es Messi. Pero no acaba de funcionar Leo, y Luis Enrique ha disuelto el tridente para beneficio de Rafinha o Denis, extremos ocasionales. Aunque al estar cerca del área, sus números en la terraza del portero rival son ligeramente mejores: ha chutado 5,2 veces por duelo (en los 34 primeros partidos se quedó en 4,4), marcado los mismos goles (uno por choque) y repartido 0,6 asistencias (0,3 cuando era extremo).

Juego en campo contrario

Guarismos lógicos si se comprueba que con el retoque de la pizarra el Barça ha logrado localizar su fútbol en campo contrario (56,4% de media), mientras que en los 10 duelos anteriores se quedó en el 48%. Pero el resto de las estadísticas de Messi se resienten un poco, sobre todo porque no encontró su fútbol en la remontada al PSG ni en la derrota de Riazor.

A Guardiola se le encendió la bombilla ese 1 de mayo de 2009, justo antes de batirse con el Madrid (2-6). “Te metes a la espalda de los medios rivales y cuando Xavi o Andrés se salten la línea y te pasen el balón, te vas directo a la portería”, le explicó el técnico. Y funcionó porque se sabe que en el fútbol una de las tareas más complicadas es la comunicación entre los centrales y el mediocentro porque a unos les da miedo salir de su zona de seguridad y los otros no ven lo que ocurre a su espalda. Pero de mediapunta es distinto. No tiene, por ejemplo, tantos huecos a la hora de controlar el balón porque en raras ocasiones se mide contra un solo rival —sí ocurría en la banda porque Luis Suárez fija a los centrales—, sino que para un equipo de dos líneas pobladas en la medular le resulta más fácil ejecutar las ayudas por dentro. Así, desde que es quarterback pierde más balones (19,2 por 17,9 en los 34 partidos iniciales), regatea menos (3 por 6,3), da menos pases acertados (36 por 39) e incluso completa menos acciones por encuentro (66,2 por 69,7).

Así que a Messi, que en 2017 solo descansó 57 minutos en dos sustituciones pactadas (Athletic y Sporting), le falta reencontrarse en su lugar preferido. Pero es probable que haga trizas cualquier duda en las próximas citas porque siempre se sale con la suya.

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