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Jon Rahm, como si toda su vida hubiera estado en Augusta

"Creo que puedo ganar; si no, no estaría aquí", dice el golfista vasco, que disfruta junto a Phil Mickleson de su jornada de prácticas en su primer Masters

Carlos Arribas
Jon Rahm, durante una práctica el martes.
Jon Rahm, durante una práctica el martes.Charlie Riedel (AP)

“Espectacular, ¿no?”. El conductor del bugui que lleva a los periodistas al campo de golf desde el recién construido monumental nuevo centro de prensa, puro lujo y pomposidad sudista, caoba, piedra y moqueta espesa, no esconde su admiración por el tremendo edificio, escalinatas, porches y verandas copiados de Lo que el viento se llevó, al que dedica el elogio supremo. “Parece que ha estado ahí toda la vida”, dice. Es el Augusta National Golf Club, donde las azaleas maltratadas por las tormentas y los magnolios azotados por el viento sin capullos, donde el primer grande del año, el Masters, el grande más reciente (nació en 1934 y la del 17 será solo su 78ª edición) y más deseoso de inventarse una tradición, un torneo de toda la vida. En el Masters debuta Jon Rahm, un chaval de 22 años que llega para dejar huella y que pasea por el campo con su amigo Phil Mickelson como si hubiera estado allí toda la vida. Es el encanto del Masters, claro, “Estoy aquí porque pienso que puedo ganar. Si no, no habría venido”, dice el debutante Rahm, hijo golfístico de un mestizaje único cantábrico-norteamericano. Por sus venas de golf corre sangre de Seve y de Olazabal y también de Mickelson, y quienes no hayan oído hablar de él y le vean jugar, hablar y moverse por las calles de Augusta dudarán si es un americano criado a orillas del Cantábrico y sus galernas o un vasco madurado en Arizona.

Con su inglés acelerado aprendido a ritmo de rap, la única manera, dice, de pronunciar tan rápido como piensa, Rahm cuenta a la prensa del Masters y al mundo que nació el año que Olazabal ganó su primer Masters, el 94, pero unos meses más tarde, en noviembre, y que se hizo golfista porque su padre empezó a jugar al golf porque a unos amigos les impresionaba Seve, quien, si no hubiera muerto joven, habría cumplido 60 años el domingo que termina el Masters. Son coincidencias propias de un predestinado que debuta el primer año que el Masters se juega sin el rey Arnold Palmer desde 1955 y a 20 años justos de 1997, el Masters de los cuatro días que transformaron el golf de la mano de un Tiger Woods ausente en el aniversario por lesión. Y fue Palmer el primero que dijo aquello de que la primera vez que pisó el Augusta National Golf Club sintió que estaba en un lugar especial, en un lugar como ningún otro en la tierra, una forma más de traducir la piel de gallina que Rahm sintió que se le ponía al entrar por Magnolia Lane. “Y seguro que al llegar al tee del uno el jueves [lo hará a las 19.41, hora peninsular española, Movistar Golf, junto a Rory McIlroy e Hideto Tanihara] me temblarán las manos y pensaré, oh, estoy en el Masters, oh, esto es un sueño”, dice Rahm. “Será un momento inevitable, pero quiero que dure lo menos posible, quiero que en uno o dos hoyos todo esté bajo control”.

A Phil Mickelson lo conoció hace cinco años, cuando fue a estudiar a Arizona, donde el entrenador del equipo de golf era Tim, el hermano del triple ganador del Masters. “Jugué mucho, todo lo que pude, con Phil, mi mayor motivador”, dice Rahm. “Fue el primero que me dijo que era uno de los mejores 10 jugadores del mundo. Me lo dijo cuando yo aún era amateur y pensé que me lo decía para darme moral, pero ha pasado el tiempo y creo que tenía razón, y bien cerca que estoy ya”. Rahm afronta su primer Masters como número 12 en el ranking mundial pero con las expectativas que tendría el número uno.

Los viejos hablan del campo de Augusta como de un organismo vivo amante de dar lecciones de humildad a quienes llegan crecidos. Las recibieron Tiger Woods en su momento y Sergio García, quien a los 19 años debutó como amateur con ganas de comerse el mundo y nunca pudo superar el desamor que le produjo su primera experiencia. También cuentan que como el Tour elige a sus amantes, el campo de Augusta también, seduce a quienes desea, no se deja seducir. Mientras continúa su interminable sesión de prácticas y de charla con el zurdo Mickleson, a Rahm le siguen desde detrás de las cuerdas su padre, su madre, su hermano, amigos, sus entrenadores, Tim Mickelson y Eduardo Celles y su coach mental, Joseba del Carmen. “Sí, quizás sea verdad que Augusta no se deja conquistar”, dice Del Carmen, quien acepta la teoría del flechazo y va un poco más allá. “Pero también habrá que hacer lo posible para que solo se fije en ti…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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