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Deportivo y Granada muestran que tres descensos son pocos

Un empate sin goles cierra un partido horroroso en la lucha por la permanencia, el peor en Riazor visto en muchos años

Celso Borges, a la izquierda, disputa el balón a Artem Kravets, del Granada.
Celso Borges, a la izquierda, disputa el balón a Artem Kravets, del Granada.Cabalar (EFE)

Deportivo y Granada depararon un horror. No debería sorprender visto que si se fusionasen no aportarían puntos suficientes más que para estar con apuros en la primera mitad de la tabla, pero en ocasiones el espanto es sinónimo de asombro. Fue paranormal ver evolucionar sobre el sagrado manto de Riazor, pisado tantas veces por extraordinarios peloteros, a un grupo de futbolistas bloqueados, incapaces de juntar pases, empeñados en encadenar errores hasta lindar con lo grotesco.

Todas las apelaciones de las horas previas se fueron por el retrete en cuanto empezó a rodar la pelota. Alcaraz le había pedido “huevos” a los suyos, Mel reclamó igualar al menos en intensidad al rival. Ya resultaba sospechoso que no se hablase mucho de la redonda por más que cupiese la esperanza de que alguno de los protagonistas le diese buen uso. En el Granada cabía aguardar a Andreas Pereira, que en una alineación experimental operó como mediocentro y pasó de puntillas por el partido. En el Deportivo se esperaba a Emre Çolak, reclamado en el once por afición y hasta por compañeros, pero el turco se enredó en una batalla inocua, en la frustración que le generó jugar ante un árbitro que decidió convertirse en invisible y dejar jugar hasta el infinito como si aquello fuese fútbol florentino. Quizás se apiadó del espectador, visto lo visto, y quiso darle ritmo a un partido sin actores que se lo imprimiesen.

El despropósito llevó el estupor a la grada. Sin recursos para mover la pelota, con demasiadas conducciones, el Deportivo se atrancó ante el peor equipo que pisó Riazor en varias temporadas. Nada de ello animó al Granada, que siempre estuvo satisfecho con el empate. Así transitó la primera parte, sin exigencia para los porteros, sin fútbol, sin nada. Se supone que en estos casos el tránsito por la caseta conlleva una cierta reacción, un reinicio. Nada de eso ocurrió, los errores en el pase, la flojera en los remates se tiñó además de miedo, de pánico ante una eventual derrota.

Jugar de local obligó al Deportivo para activarse en el epílogo y con bien poco encontró un penalti a favor en un levísimo empujón de Estupiñán sobre Andone. Cualquier equipo en la situación del Granada hubiera encimado al árbitro como si no hubiese mañana. La tibieza en las protestas alerta sobre el pelaje de un equipo sin alma, que salió del paso porque el Deportivo falla uno de cada dos penaltis que lanza y hace esfuerzos por ir a menos: ya había marrado otro el domingo pasado en Valencia. Esta vez fue Borges, que no varió el repertorio y buscó una vez más el centro de la portería. Allí le esperó Ochoa sin mayor esfuerzo. Ahí se le cayó el partido encima al equipo de Pepe Mel, que se quedó tiritando. Pero ni ahí aprovechó el Granada el derrumbe que tenía ante si, se acomodó satisfecho porque por primera vez no encajaba gol tras quince partidos fuera de casa y firmaba un empate que a ocho jornadas del final le deja con 20 puntos y a ocho del Deportivo, que a la postre tras la derrota del Sporting se ve con un punto más de distancia sobre los puestos que mandan a Segunda. Claro que, visto lo visto, tres descensos son demasiado pocos.

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