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La caída desalentadora de Carrasco

El extremo belga interrumpe las primeras jugadas del Atlético y atasca el plan de Simeone en un arranque frustrante

Diego Torres
Carrasco intenta irse de Marcelo y Casemiro.
Carrasco intenta irse de Marcelo y Casemiro.J. SORIANO (AFP)

El plan de Simeone fue producto de una convicción desesperada: sacar ventaja del paso por el Bernabéu para no quedar expuesto en el regreso al Calderón, donde el valor doble de los goles favorecería al Madrid en una eliminatoria de largo aliento. Para ejecutarlo, había que hacer eso que Gabi definió como “un partido perfecto”. Perfecto en una situación difícil porque al Atlético la perfección lo acompaña cuando espera emboscado, y la consigna lo obligaba a salir a campo abierto: al terreno del error.

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Al Atlético atacar sin espacios le resulta incómodo porque, primero, es una tarea agobiante para cualquiera, y, segundo, porque no lo practica con la devoción imprescindible. Así es que cuando empezó el partido y los jugadores visitantes avanzaron hacia el fondo sur, todos, en cierto modo, caminaron por la cornisa. Bastante bien al principio. Griezmann, Koke, Saúl, Godín y Filipe Luis lo hicieron con aplomo y acierto. Las maniobras discurrieron con precisión y pausa hasta que el circuito se interrumpió. Siempre en el mismo punto. Allí donde Yannick Carrasco se precipitó al vacío.

Carrasco puede argumentar descargos. Regresó de una lesión. Una fractura de clavícula, de difícil curación y secuelas desagradables. Jugó igual. Jugó con la misión conspicua de desbordar y dar el penúltimo toque que conectara con Griezmann o Gameiro. Su tarea se desvirtuó puesto que cada vez que le llegó la pelota tomó la decisión equivocada. Se la pasó a Gabi, comprometido por una marca, en lugar de buscar a los delanteros o en lugar de desbordar; centró sin mirar si había compañeros; o, peor, le entregó la pelota al rival, como cuando Isco le interceptó el pase, antes de un contragolpe del Madrid.

Despiste en el 1-0

La actuación desafortunada de Carrasco se profundizó en el 1-0. El belga fue el hombre más próximo a Casemiro en el momento en el que el brasileño se metió en el área para centrar su asistencia.

En la banda Simeone entró en ebullición. El entrenador del Atlético movía la mano derecha en el paroxismo. Parecía el director de una orquesta en un bombardeo. Giraba su dedo índice para indicar cambios de orientación, señalaba permutas, gritaba a todo pulmón para que lo escuchara Lucas a 50 metros, y, sobre todo, impartía órdenes a Carrasco. Primero, que se cambiara de banda, que dejara de encarar al inabordable Carvajal en la izquierda para probar con Marcelo en la derecha; después, que se tirara al medio para buscar superioridades a la espalda de Casemiro. Ninguna de las posiciones iluminó a Carrasco.

“Nos hemos precipitado con el balón”, explicó Gabi, a pie de campo, tras la derrota. “Nos ha faltado el último pase”.

Ambos, defectos imputables a Carrasco en primer lugar. Los errores del extremo hicieron imposible aquella perfección soñada por sus compañeros en la víspera. Fueron una señal desalentadora en los instantes en que el Atlético se medía a sí mismo. Prueba de que la visión de ataque en espacios reducidos, esa aventura tan poco acostumbrada para el grupo, esa caminata por la cornisa, era una utopía. Algo inviable. Poco a poco las imprecisiones provocaron pérdidas y las pérdidas de balón replegaron a Saúl, a Koke y a Gabi. El efecto inhibidor se hizo palpable.

Simeone tardó una hora en sustituir a Carrasco por Correa. Los cambios no reactivaron al Atlético. Apenas fueron paliativos en un contexto de desaliento. A la certeza de que no podían se sucedió la goleada.

“¡Que bote el Bernabéu!”, gritaba la hinchada local. Y, bajo el peso de 80.000 personas desatadas, el hormigón temblaba.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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