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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cristiano Ronaldo, el supervillano

Cualquier otro se hubiese derrumbado hace tiempo ante la incuestionable superioridad de Messi

Rafa Cabeleira
Cristiano Ronaldo contra el Atlético.
Cristiano Ronaldo contra el Atlético.J. SORIANO (AFP)

Nunca entro en el dichoso debate, por principios. Tratar de equiparar a Cristiano Ronaldo con Leo Messi me parece tan absurdo que cuando alguien me plantea la cuestión finjo no hablar castellano, un repentino cólico intestinal, catalepsia… Cualquier cosa que se me ocurra con tal de no embestir el engaño y contribuir, de algún modo, a perpetuar tan ridícula porfía. Es una costumbre que, por otro lado, me ha costado no pocos disgustos. Adoptar esta postura conlleva la insinuación de ciertas taras mentales en tu interlocutor o auto elevarse a un plano de superioridad moral bastante desagradable, una actitud poco aconsejable y muy peligrosa pues comienza uno dando por sentada la supremacía futbolística de Messi y termina coreando el “Bódalo, preso político” en Vistalegre.

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Nunca entro en el debate porque, sencillamente, no hay debate. Y sin embargo, para descrédito de todos cuantos mantenemos esta pose tan engolada, es el propio Messi el primero en alimentar la comparación sin necesidad, siquiera, de referirse a ella en público. Quienes lo conocen saben de su extraña obsesión por el portugués, de su inquietud bien disimulada cuando el divo blanco hace saltar la banca de los goles, de su autosugestión basada en el impulso animal de superar a la supuesta némesis tanto en lo colectivo como en lo individual. Por más que sus firmes devotos nos empeñemos en mirar hacia otro lado y negar lo evidente, a Messi le preocupa la competencia incansable de Cristiano Ronaldo y, lo que es peor, siente que lleva demasiado tiempo perdiendo batallas.

Cualquier otro se hubiese derrumbado hace tiempo ante la incuestionable superioridad del argentino pero no es el caso de Cristiano Ronaldo: un futbolista de edición limitada, un competidor famélico e insaciable, un portugués por los cuatro costados y hasta las últimas consecuencias. Cualquiera que conozca la idiosincrasia del país vecino sabe que sus gentes siempre se han caracterizado por combatir la desdicha con empeño, de enfrentar sus miserias con orgullo, de no dar nunca el brazo a torcer aunque la realidad aconseje ofrecer la mano y entregar hasta la camisa. Hay quién ve en los ademanes de Cristiano Ronaldo a un personaje prepotente y engreído, casi despreciable, pero yo solo veo en él un buen ejemplo más de aquellos jóvenes portugueses que se paseaban por Sanxenxo con sus Golf GTI y la ropa bien planchada, inundados de amor propio y logos de Versace: nunca se trató del cómo sino del qué.

Cristiano está donde nadie imaginó encontrarlo a estas alturas del partido: con medio cuerpo asomando tras un escalón del podio que parecía reservado, en exclusiva, al genio de Rosario. No tiene ninguna posibilidad de alcanzarlo, la historia siempre lo situará un peldaño por debajo de Messi, Pelé o Maradona, pero la suya es una sombra capaz de incomodar al único elegido que puede volar por encima del sol. Y esa es, precisamente, la verdadera dimensión de este supervillano de leyenda: olvidarse del disfraz de Batman para convertirse en el mejor Joker de siempre, por más que rehuyamos el debate las viudas de Leo Messi y del infortunado Heath Ledger.

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