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Nadal difumina a Kyrgios

El balear mejora exponencialmente con respecto a su estreno y elimina al australiano (6-3 y 6-1, en 1h 12m), diluido muy rápido. En los cuartos, el rival será Goffin, al que ganó hace poco en Montecarlo

Alejandro Ciriza
Nadal golpea una derecha durante el partido contra Kyrgios.
Nadal golpea una derecha durante el partido contra Kyrgios.JuanJo Martín (EFE)

Desde que Rafael Nadal batió a Fabio Fognini en su debut, 24 atrás, la previa de su enfrentamiento contra Nick Kyrgios se había convertido en una mezcla de un pronóstico meteorológico y un análisis de los elementos. Tierra, agua, luz; altura, temperatura, humedad, sol... ¿Lloverá o no? ¿Se jugará con el techo de la Caja Mágica cerrado o no? ¿Tendrá la pelota más o menos ingravidez? Todo muy técnico, muy analítico. Buen material para llenar páginas y enriquecer los textos. Sin embargo, el día anterior Nadal simplificaba y lo advertía: “Todo eso influye un poco, pero al final gana el que juega mejor, así de simple”.

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Y así de sencillo, porque ganó el mejor, Nadal, infinitamente superior (6-3 y 6-1, en 1h 12m) a su adversario, del que se llevan varios años recogiendo transgresiones y malos modos, también su talento. Y es que Kyrgios es muy bueno, seguramente el más talentoso de esa milicia de jugadores que vienen por detrás, la Next Gen, pero igualmente el más desnortado y quebradizo. Prometía mucho este envite con Nadal, al que derribó en 2014 sobre el tapete de Wimbledon, pero la tarde se tradujo en un monólogo del balear, porque el australiano desapareció muy rápido sin mediar explicación. Una vez más.

Kyrgios lo tiene todo, pero o cambia radicalmente o corre el riesgo de quedarse en nada. Es como tener un Ferrari guardado en el garaje: potencial en estado máximo, sin un buen conductor al volante. Después de una severa reprimenda el curso pasado, por dejarse ir en un partido de forma descarada, parecía que el de Canberra (22 años) había enderezado un poco el rumbo esta temporada, en la que más allá de algunas excentricidades y un arranque en falso –segunda ronda de Australia– había adquirido regularidad –cuartos de Indian Wells, semifinales de Miami, Acapulco y Marsella– y había brillado en la Copa Davis con tres victorias.

Sin embargo, su actitud sigue perjudicándole. Contra Nadal, el partido duró lo que le duraron las ganas. Seis juegos más o menos. A partir de ahí, decidido el primer set, dispersión y fragilidad, también algunos detalles de su genialidad. Lo de siempre. Golpes asombrosos y desconexiones. Y, claro, frente a un rival que representa todo lo contrario, frente a la mente más ruda de la historia del tenis, poco que hacer. Un extremo y otro. Otro poso de decepción. Temía Nadal el vértigo y el servicio del australiano, capaz de sacar a 220 km/h, pero le bastó una versión seria (solo 10 errores) y contundencia (29 ganadores).

El de Manacor incrementó ostensiblemente el nivel con respecto a su estreno y firmó una cómoda victoria que le citó en los cuartos (no antes de las 16.00, Teledeporte) con el belga David Goffin (6-4 y 6-2 a Milos Raonic), al que derrotó hace unas semanas en la arena de Montecarlo en un partido con mucha polémica. “He dado un paso adelante, creo que he jugado mucho mejor que ayer. Le he pegado mucho mejor con el revés y también con el drive. Hoy hacía mejor día. No había tanto viento y al hacer menos calor la bola iba un poco más lenta, con lo cual podía controlarla un poco más. Me he encontrado mucho más suelto y con menos nervios”, indicó el balear.

Avanzó Nadal y después de tanto teorizar, de la especulación con el techo y con el tiempo de Madrid, de tanta discusión sobre el sexo de los ángeles, bastó con algo muy simple: gana el que juega mejor.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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