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El lado oscuro del fútbol brasileño

El 80% de los jugadores cobra menos de 318 dólares al mes por darle al balón. Casi ninguno de ellos tiene prestación por el desempleo o accidentes de trabajo

Partido entre el Penapolense y el Votuporanguense en el campeonato sub 20.
Partido entre el Penapolense y el Votuporanguense en el campeonato sub 20.FACEBOOK

Kauê Siqueira, futbolista profesional, perdió el control de su coche cuando iba a entrenar a Penápolis, un municipio a las afueras de São Paulo donde jugaba en un modesto equipo. Antes, este centrocampista, entonces de 21 años, un astro en potencia según los expertos del mundillo, había pasado por gigantes como el Corinthians y el Internacional, pero un acuerdo comercial con el mayor grupo inversor en fútbol del país, el DIS, le había mandado al Penapolense. Esa circunstancia resultó ser una diferencia vital aquel 13 de junio de 2013, cuando su coche dio una vuelta de campana en el aire y aterrizó en mitad de la calzada. El joven pasó 26 días ingresado y una cirugía le dejó inmovilizado el lado izquierdo del cuerpo. Intentó volver a entrenar, pero no conseguía ni chutar el balón. A los 22 años, Siqueira abandonó su carrera.

Pero el fútbol le había abandonado a él antes. El Penalopense, pequeño como el 95% de los equipos brasileños, se negó a costear los gastos del hospital, lo que en un país sin sanidad universal puede resultar muy costoso. También dejaron de pagarle el salario. La rehabilitación, en clínicas privadas, corrió por cuenta de sus padres, igual que la manutención de su hija de cuatro años. Y aún hoy, cuando recuerda su periplo, Siqueira lamenta sobre todo no poder jugar más. “Si el club me hubiese prestado asistencia desde el principio, podría haber vuelto a jugar”, suspira. “Me faltaron al respeto como ser humano”.

Siqueira ha presentado una demanda para recuperar buena parte del dinero que le corresponde y un juez le ha dado la razón en primera instancia. El club ha recurrido. Esta es la tercera demanda por abandonar a sus jugadores en cuanto tienen problemas de salud. También se enfrentan a William y Daniel Miller, dos hermanos que solían ser defensas y que tuvieron que costearse sus propios tratamientos tras lesionarse en el campo. El gerente del Penapolense, André Garcia, insiste en que el club ha cumplido con sus obligaciones.

Pero esto no es algo exclusivo de Penápolis. En Brasil, el país del fútbol, un gigante que atraviesa una grave crisis económica y donde existen 775 equipos de fútbol, la mayoría de los cuales pertenece a una deteriorada clase media cada vez más baja, la precariedad se ha convertido en un cáncer general. En São Paulo se han presentado 500 demandas por violación de derechos laborales entre atletas en los últimos dos años: el 40% son por la salud de futbolistas ignorados por sus clubes. El 80% de los jugadores cobra menos de 1.000 reales (318 dólares) al mes por darle al balón. Casi ninguno de ellos tiene beneficios como prestación por el desempleo o accidentes de trabajo.

“Pocos clubes ofrecen seguro para los atletas”, lamenta Thiago Rino, abogado especializado en los derechos laborales de los atletas. Si la la salud del empleado se complica, muchos clubes alegan que el deportista ya tenía una condición previa y rompen el contrato. “Abandonar a jugadores a su enfermos a su suerte se ha convertido en una norma entre los jefes”.

Eso no quiere decir que los que sigan en los clubes, un colectivo de 28.000 jugadores profesionales afiliados en la Confederación Brasileña de Fútbol, estén mejor. El pasado marzo los integrantes de la União Barbarense, un equipo paulista de segunda división, tuvieron que viajar 240 kilómetros en autobús el mismo día que tenían que jugar en otra ciudad. Lo recomendado es viajar al menos un día antes de cualquier encuentro. Los jugadores resolvieron pasar el viaje tumbados en el suelo para no forzar las rodillas. El equipo acabó la temporada en el último puesto de la liga.

En 2013, un delantero del América, un equipo de Sergipe, se desmayó de hambre en pleno encuentro con el Confiança: el club no tenía dinero para pagarle la cena. El defensa de Central de Caruaru, en Pernambuco, denunció que su equipo les mandó al campo sin haberles alimentado en las últimas seis horas. Perdieron cinco a cero. El propio entrenador ha protestado hace poco porque la gerencia exige que el equipo duerma en el suelo de su hotel de concentración.

No todos los casos carecen de remedio. En este panorama también se encuentra Marcos Aurélio, exdefensa de la União Barbarense, que es, a sus 36 años, el primer futbolista en tener derecho a una pensión vitalicia por invalidez (tras sufrir una lesión en 2014 que le limitó el 75% de los movimientos del pie y también tan interponer una denuncia). También está Lucas Patrick, que se facturó la pierna derecha jugando como defensa para el Grêmio Osasco, el cual no ofrecía seguro. Tras una denuncia, la gerencia le ha indemnizado con una cantidad no especificada. Pero ellos son dos. Mientras, los que se dedican a una de las actividades más identificables de Brasil y por ello acaban luchando por sus derechos, por la vida, son muchos.

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