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FÚTBOL

El portero de los grandes escenarios

Guaita, que el curso pasado ya deslumbró en el Bernabéu y Old Trafford, hizo ocho intervenciones decisivas ante el Madrid

Guaita se estira para detener el balón.
Guaita se estira para detener el balón. Denis Doyle (Getty Images)

No es Vicente Guaita (Torrent, Valencia; 1987) un hombre excesivamente dado a las palabras. Él se expresa a través de sus manos, de sus pies, de sus estiradas. Lo demostró anoche, en todo un templo como el Bernabéu, compungido frente al repertorio que exhibió el guardameta del Valencia, decisivo para que su equipo arañase un punto en el campo del Real Madrid (0-0) y que la lucha por el título de Liga gane temperatura. “Todos hemos hecho un gran trabajo, no solo yo. Además, Íker [Casillas] también ha hecho de las suyas”, deslizaba, en un discurso humilde, poco antes de que la expedición valencianista tomase el camino de regreso a casa, dolorido aún por un fuerte pisotón de Benzema en un tobillo. “¡Bah! No es nada”, tranquilizaba el meta, que anoche puso un candado a su portería y voló como nunca sobre el marco.

Espero que el partido de mi vida esté por llegar” Guaita, portero del Valencia

No es Guaita un futbolista al que le gusten los focos. Retraído, busca refugio en la caza y la colombicultura –el adiestramiento de palomas, típico de su pueblo­– y le agrada pasar desapercibido en el vestuario. Sin embargo, sobre la línea de cal se agiganta, como anoche. “Ha hecho un partido impresionante”, resumía el director de Relaciones Institucionales del Madrid, Emilio Butragueño, asombrado ante el despliegue del portero rival, capaz de escupir balones inverosímiles a disparos de Benzema, Cristiano o Di María, obsesionados con firmar el gol que hubiese puesto más tierra de por medio con el Barça, que ahora está a cuatro puntos. “Espero que el partido de mi vida esté por llegar”, apuntaba Guaita, que el curso pasado, poco después de debutar con el primer equipo ché, ya ofreció un recital en Chamartín, aderezado con otro posterior en el mítico Old Trafford. “Estos campos no me impresionan. Me quedo con Mestalla”, suele decir el meta, desde los 13 años en el Valencia y Zamora de Segunda (25 goles en 31 partidos) durante su cesión al Recreativo, hace dos años.

Hasta ocho acciones decisivas protagonizó el cancerbero, algunas de ellas muy meritorias, imprescindibles para que el Valencia sacase petróleo de su visita a los blancos. Soberbia fue la manopla que sacó a un latigazo envenenado de Di María, y excelentes los reflejos que lució en un doble mano a mano con un pistolero de la talla de Benzema, frustrado ante la longuilínea silueta del arquero, de 25 años, 1,90 metros y 80 kilos y brazos interminables. Para algunos, una reproducción técnica del 1 del Manchester United, David de Gea. “Su dominio del juego aéreo es impresionante”, tercia Luis Pascual, preparador de porteros en el filial valencianista. Precisamente ahí, en los balones por alto, es donde gana crédito frente a Diego Alves, cuya llegada el pasado verano parecía haberle cerrado las puertas del marco de Mestalla y frenado su progresión.

El brasileño, reclutado a cambio de tres millones de euros, era la primera opción para el técnico Unai Emery. Por si fuera poco, Guaita sufrió una lesión en la muñeca derecha que se convirtió en un martirio para él y le costó más de un desencuentro con el preparador vasco. Un mal menor, comparado sobre todo con el mazazo que supuso perder de forma fulminante a su padre el año pasado por un infarto. Repuesto, gélido como una roca y dominador del espacio aéreo, se ha adueñada definitivamente de la portería en la Liga (20 partidos de los 32 disputados, 18 goles encajados), mientras que su compañero encuentra ahora acomodo en la Liga Europa. “Tenemos a los dos mejores porteros”, señalaba, eufórico, el presidente del Valencia, Manuel Llorente, en referencia a los dos reversos de una moneda: el estilo académico y la sobriedad de Guaita frente al desempeño felino de Alves, generoso de cara a la grada, pero una torre de gelatina cuando el esférico gana metros hacia arriba.

“Quiero ser el portero perfecto”, confesaba el meta valenciano en este periódico la campaña pasada, cuando su nombre empezó a sonar después de visitar Old Trafford y se sobrepuso a los de Moyà y César, teóricos titulares. Siempre inalterable, un témpano de hielo en los escenarios más ardientes y silencioso en la caseta, tampoco se ha amilanado este curso. El Bernabéu puede dar fe de ello.

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