_
_
_
_
_

Santi Mina se cincela

Cuatro goles al Rayo marcan la eclosión física y futbolística del hijo de un coriáceo central del Celta de los ochenta

Mina se lleva el balón de Balaídos tras hacer cuatro goles.
Mina se lleva el balón de Balaídos tras hacer cuatro goles.S. Sas (EFE)

Dicen quienes son más próximos a la familia que Santiago Mina Vallespín apenas ha visto jugar al fútbol a su hijo, Santiago Mina Lorenzo, más que en alguna pachanga familiar, que profesional como fue de la pelota es reacio a mostrarse como padre de futbolista y que con ese bajo perfil trata de ahuyentar cualquier tipo de presión o de agobio a su hijo, el más aventajado de una generación de futbolistas del Celta que en 1993 fue el segundo mejor equipo juvenil de España, finalista de la Copa de Campeones ante el Sevilla. Ya entre los mayores, el sábado le metió cuatro goles al Rayo Vallecano, le sobraron 20 minutos de partido que pasó en el banquillo para eclosionar como muchos esperaban, un delantero moderno capaz de evolucionar en punta o en los dos flancos, con olfato de gol y trabajo, con un cuerpo que comienza a cincelar y la firme voluntad, a sus 19 años, de ser futbolista como lo fue su padre.

Más información
Mina le mete cuatro goles al Rayo
Bongonda deprime al Granada
CELTA 0 - BARCELONA 1: La estrategia alivia al líder
CELTA 1-ATHLETIC 2: El Celta llegó tarde

El primer Santiago Mina, futbolísticamente conocido tan sólo por su apellido, llegó a Vigo en 1981, turolense curtido en la cantera del Barcelona, en el viejo Fabra i Coats, con la quinta de Estella, Paco Martínez o Serrat, a las órdenes de Laureano Ruíz. Había salido cedido a Algeciras, para cumplir de paso el servicio militar, y a Sabadell. Se quedó en el Celta hasta 1984 antes de sellar una carrera ni muy larga ni excesivo brillo en Lorca. Le fulminaron las lesiones. “Ya ni me acuerdo de las veces que me partieron la nariz”, explicó en una entrevista a El Mundo Deportivo al poco de firmar su primer contrato con el Celta. En Balaídos siguió idéntico camino, zaguero corajudo, de baja estatura, pero elevada intensidad, un secante en tiempos de marcaje al hombre. Difícil imaginar esos genes en su hijo pequeño, nacido más de una década después de que colgase las botas. O no. “El padre era disciplinado y trabajador; el hijo es un futbolista de ataque, con otro perfil, pero es valiente, muy potente y con una buena mentalidad porque cuando tuvo que esperar su oportunidad la aguardó preparándose y ahí están esos cuatro goles”, apunta Javier Maté, que fue compañero de Mina en aquel Celta ochentero, uno con pasado blaugrana, otro madridista. Años después como director de la cantera del club celeste decidió incorporar a los infantiles a su hijo.

Se ha vinculado al representante Jorge Mendes y Cristiano Ronaldo es uno de sus referentes

Santi Mina jugaba hace seis años en el Colegio Hogar, un prolífico vivero vigués que sin embargo no disponía de las mejores instalaciones. Jugaba en campos de tierra en los que era imposible hacer un buen control, pero el Celta le puso el radar en edad alevín y ya no le perdió la pista. “Entonces no teníamos equipo alevín, pero se hizo una selección de niños de nuestro entorno para jugar el torneo de Brunete y la temporada siguiente ya se vino con nosotros”, recuerda Maté. El joven Mina ya avisaba sobre lo que es hoy. Siempre se le consideró una de las grandes promesas de las divisiones inferiores del Celta, obligado por ello a gestionar elevadas expectativas sobre su rendimiento. “Hubo un momento, tras aquella Copa de Campeones, que parecía que lo íbamos a vender por 50 millones de euros, de pronto subió al primer equipo y le resultó difícil hacerse un hueco. Ahora mete cuatro goles y se hablará mucho de él durante un tiempo. Todo eso debe saber asimilarlo como lo hizo cuando debutó y se hablaba tanto de él”, sugiere Maté. Santi Mina llamó a la puerta de la elite con apenas 17 años. Paco Herrera lo convocó, cuando apenas se había dejado ver con el filial, para un partido de Copa contra el Real Madrid en el Bernabéu. No saltó al campo, pero lo hizo un mes después en Getafe una noche en la que el técnico perdió su puesto y él relevó a Iago Aspas, que en un arrebato ni reparó en saludarle al efectuar el relevo. Un mes antes había firmado su primer contrato profesional, llevaba mediada la temporada con el juvenil de División de Honor 27 goles en 17 partidos. El pasado mes de enero le regalaron una foto de aquel estreno y se sorprendió de cómo pasa el tiempo. “Tenía cara de niño”, dice cuando la contempla. Algo más cambió. Se ha vinculado a Jorge Mendes para que guíe su carrera como representante, su cuerpo denota un trabajo en el gimnasio y remite al de Cristiano Ronaldo, uno de sus referentes futbolisticos, y su posición en el campo se ha escorado porque desde que juega con el primer equipo apenas se ha alineado en punta y sí en cualquiera de los dos flancos, desde los que traza diagonales como las que le retratan en el primer gol ante el Rayo Vallecano en una noche inolvidable.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_