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Tribuna
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A Trumpadas

Al final, de eso se trataba: contestarle en la cancha a quienes proponen levantar un inmenso muro de separación continental

Aficionados celebran el triunfo del equipo mexicano en Los Ángeles.
Aficionados celebran el triunfo del equipo mexicano en Los Ángeles.Jonathan Moore (AFP)

Los partidos de fútbol entre los equipos de México y Estados Unidos han crecido en motivación, ira y competitividad durante las pasadas décadas. Hubo un ayer en que en realidad no importaba jugar contra las barras y las estrellas, pero en la medida en que sus jugadores se han profesionalizado en ligas de primera categoría de Europa, en el circuito universitario gringo que cada vez es mejor y un claro afán por poco a poco integrarse al deporte más popular del mundo, medirse ante ellos es para México una oportunidad más para revivir el ánimo de los Niños Héroes de Chapultepec y cada juego, una página más de la historia monumental que se escribe con pantalones cortos. Cuantimás si en el escenario político anda levitando un demente republicano como Donald Trump, cuyas bravatas racistas y amenazas de deportación instantánea, inflan de significados cuasi bélicos todos los términos y todos los lances de un partido donde –en realidad—no son más que 22 jugadores empecinados en lograr que sus respectivos equipos logren meter el balón en la portería contraria.

Según se medía la taquicardia en las redes sociales, cada jugada y cada uno de los goles suscitaba alusiones –si no es que memes inmediatos—alusivos a los pelos de elote del magnate rubio, su boquita fruncida o la ridícula muestra de apoyo que le brindara una muy confundida ciudadana colombiana que tiene bastante enredados sus cables de preferencias políticas. Al final, de eso se trataba: contestarle en la cancha, en un estadio relleno de mexicanos así esté ubicado en territorio norteamericano, a los atrevidos propósitos de quienes proponen levantar un inmenso muro de separación continental, sin importar que el propio Trump y todos aquellos acérrimos antiinmigrantes son precisamente descendientes de migrantes ellos mismos.

Hubo un ayer en que en realidad no importaba jugar contra las barras y las estrellas

En lo meramente futbolístico creo que no hay un solo mexicano que no entienda los profundo porqués que podrían explicar la fugaz temporalidad de Ricardo Tuca Ferreti como director técnico de la Selección Mexicana. Al parecer, la enjundia, el coraje adrenalinado y los regaños enardecidos con los que el brasileño ha logrado meter en cintura al grupo de los verdes no son currículum suficiente para mantenerlo en el banquillo hasta el próximo Mundial y así también, creo que no hay un solo mexicano que entienda el estilo opuesto de gobernar: así haya declinado la estrella de Klinsmann como técnico de la oncena norteamericana, no necesariamente lo echarán a la calle (en una clara confirmación del American Way of Adminstration).

Tuca Ferreti propuso dominar el juego a través de la posesión del balón y trazó en la pizarra varias combinaciones agresivas de ataque constante, dándole rienda suelta a tres o inlcuso cuatro jugadores en papeles delanteros. El resto lo pusieron los propios alfiles, caballeros, torre y obispos de variados apodos: Chicharito o Tecatito, el Hermoso o el HH se abocaron a triangular o cuadrangular coreografías isométricas, trapecios sobre el césped y tangentes hipnóticas que caracoleando balones, burlando piernas blancas, se tradujeron en los dos primeros hermosos goles. La epifanía fue el tercero: un trallazo de volea que prendió en el aire Paul Aguilar como si estuviera bailando con el Ballete Folclórico de Amalia Hernández en el último minuto de un pase cardíaco.

Ciertamente, los dos goles norteamericanos demuestran que cuando el afán mexica se concentra en la consecución de goles como si fueran las guerras floridas contra tribus chichimecas se descuida la defensa de Tenochtitlan, y entran los goles de pizarra, los que ensayan los jugadores norteamericanos no sólo en canchas de sus universidades pijas sino incluso en las aulas, con corbata y moda hipster. Todo eso, y más, se derrumbó a Trumpadas: con el tesón sudoroso, la adrenalina incansable, el empeño fijo de todos los que jugaron de verde sin necesidad de fardar que estudian o estudiaron en universidad o incluso preparatorias, sin importar si alinean o no en grandes equipos de Europa… tan sólo la engallada gritería de sentir durante noventa minutos, tiempos extras y lo que falte que aquí no hay nadie que nos venga a encerrar con muros ni alambradas, deportados los propios ciudadanos norteamericanos que volvieron a sus hogares con las pintadas caras desoladas, mientras que miles de mexicanos orgullosos vuelven mañana lunes a la pizca del melón, el lavado de platos o la limpieza en general de sus edificios convencidos de que Trump en realidad nos hace los mandados.

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