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FÚTBOL | Semana de clásicos
Columna
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Excesos simbólicos

Para los barcelonistas, la mejor época del Madrid coincidió con las presidencias de Ramón Mendoza y Lorenzo Sanz. Mendoza saltaba al grito de "bote, bote, bote, polaco el que no bote" y Sanz presumía de no llevar nunca calzoncillos. Nosotros, en cambio, teníamos a Núñez, un ejemplo de contención con crucifijo en el bolsillo. Luego, vimos que el nuñismo no era tan redentor como creíamos y que la cutrez de Mendoza y Sanz dejó al Madrid en la ruina. Los herederos cambiaron el destino de cada entidad. Gaspart dilapidó su herencia y Pérez levantó sobre una recalificación los fundamentos de un proyecto que, pese a multiplicar su capacidad recaudatoria, gasta más de lo que ingresa. Desde hace medio año, el Barça ha entrado en una nueva etapa, aparentemente revolucionaria, ya que por fin se distancia del modelo del Madrid. Aún es pronto para saber si el cambio de rumbo nos llevará a buen puerto, pero seis de cada diez cosas que está haciendo Laporta eran imprescindibles. Además: nuestros directivos son tan jóvenes y enérgicos que a veces da la impresión de que si jugaran ellos las cosas irían mejor.

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En lo futbolístico, las cosas también han cambiado. El Madrid ha optado por construir un equipo de superproducción, olvidando que juntar los mejores actores no siempre asegura una buena película. Y, no obstante, no hay duda de que Roberto Carlos, Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham intimidan casi tanto como seducen. La política de talonario garante del Madrid contrasta con la del Barça, que sigue gastando mucho en intuiciones, esperando a que alguno de sus fichajes sea tan rentable como para vendérselo, a precio de oro, al Madrid. Que nuestro crack esté lesionado y lleguemos humillados de Málaga es un acto de coherencia con un pasado confuso e inestable. El partido llega en un momento de máxima distorsión simbólica. Para muchos culés, el Madrid peca de exceso de españolismo, una representatividad que comparte con el toro de Osborne y el Viva Honduras. El Barça, en cambio, se atribuye una condición de sucedáneo de selección catalana que le sienta fatal a su mal momento deportivo. Por un lado, pues, está el Madrid, que confía en los especialistas para llevarse siempre buenos resultados con, en el fondo de cada una de sus decisiones, dos o tres pelotazos futuros. Por otro está el Barça, eterno buscador de identidad, confiando en teóricas promesas como Rijkaard o Ronaldinho. Entre la fría e inapelable estabilidad merengue y la fragilidad emocional de las corazonadas culés, es bueno que los dos nuevos fichajes sean Ronaldinho y Beckham. Ambos deslumbran por su profesionalidad pero el Barça, además, aporta el plus de la lesión del brasileño, una ausencia que, en caso de naufragio, no dudaremos en esgrimir como excusa. ¿Qué opinamos de Beckham? Que nosotros lo vimos primero. En su libro Mi vida, Beckham cuenta que, de chaval, estuvo en el Camp Nou, alojado en la Masía. "Por las noches, las prostitutas se paseaban por el exterior, al otro lado de la verja, y los chicos españoles más mayores se asomaban a las ventanas para silbarles. Tomábamos chocolate caliente por las noches y a mí me gustó tanto que una noche me bebí dos tazas y tuve ganas de vomitar. Cuando fui al baño, encendí la luz y vi una cucaracha correteando por el suelo", escribe el inglés. Pasados los años, ya podemos contarle la verdad a Beckham. Sabíamos que acabaría siendo un jugador decisivo y por eso intentamos corromperle. Primero, con las prostitutas, porque la carne es débil. Luego, con el chocolate envenenado, a ver si así escarmentaba. Y más tarde, con la cucaracha, por si acaso tenía fobia a los insectos. Dado que superó todas estas pruebas, no nos va a quedar más remedio que ganarle en el campo. ¿Cómo? Pacífica, deportiva y merecidamente.

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