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Crónica:TOUR 2005 | 13ªetapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Tour pierde al ciclista del futuro

Alejandro Valverde abandona en el avituallamiento, a 90 kilómetros de la meta, la víspera de los Pirineos

Carlos Arribas

En el Tour, todo lo que pasa ya ha sucedido antes.

El Tour de 1980 fue uno de los más fríos, lluviosos, desapacibles y duros del pasado siglo. Llovió en Metz, llovió en Lieja, llovió a mares en Lille. Hacía frío. Pasados varios días, los médicos del Tour empezaron a no dar abasto diagnosticando tendinitis, intentando curar con pomadas, parches, ionización las rodillas doloridas de medio pelotón, articulaciones machacadas por el agua, por el frío, por el abuso de grandes desarrollos en las etapas de llano, por la acumulación de kilómetros. Bernard Hinault, el líder, el ganador de los dos Tours anteriores, es uno de los más afectados. Tanto le duele, tan inflamada está su rodilla derecha, que decide abandonar, vestido de amarillo, a su llegada a Pau, en la puerta de los Pirineos. Lo hace subrepticiamente, acudiendo a las 11 de la noche al hotel donde cena Jacques Goddet, el patrón del Tour y de L'Équipe, y explicándole la situación. Al día siguiente, L'Équipe es el único periódico que informa del abandono de Hinault, quien ya está perdido del mundo, junto a Lourdes, cuando los demás medios montan en cólera.

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Ayer, a las cinco de la tarde, José Miguel Echávarri dio un consejo a Alejandro Valverde. "Mañana, después de la resonancia magnética que nos diga cómo está tu rodilla, desaparece, hazte humo, vuela, tira el móvil, piérdete, y, sobre todo, descansa unos días, no toques la bicicleta", le dijo en el autobús del Balears, donde el murciano acababa de darse una ducha, su última ducha como corredor del Tour 2005. Antes de ordenarle esfumarse, sin embargo, el equipo organizó como los tiempos mediáticos reclaman, su abandono. En el avituallamiento, se dejó filmar triste, lloroso, con su maillot blanco de mejor joven, dejando en los aficionados el recuerdo de una hermosa victoria en la cima de Courchevel -Lance Armstrong derrotado al rabioso sprint-, la urgencia porque comience el Tour de 2006, el primero de la era postArmstrong, el temor porque los problemas de sus rodillas no sean cosa de un día.

Desde sus tiempos de juvenil, Valverde, de 25 años, ciclista de tremenda fuerza, amante de desarrollos duros, ha tenido contratiempos con su rodilla derecha. La forma más efectiva de superarlos es el descanso, el reposo, pero es un consejo imposible de cumplir para un corredor ciclista. Otra solución, avanzan los especialistas, es la reeducación, el cambio de entrenamientos, de hábitos, de técnica de pedaleo, el recurso a desarrollos más ligeros, que producen menos daño muscular. Pero esta solución es peligrosa: no se puede tocar impunemente, sin provocar desequilibrios, una parte, una pieza de un puzzle, de un organismo que completo es magnífico.

En la salida, enfrente del autobús de Valverde, de espaldas al tema del día, Juan Antonio Flecha prepara su attrezzo. Pero no para de ir y volver al furgón del Fassa Bortolo, su equipo. "Estoy tan concentrado en lo que pueda pasar en la etapa que se me olvida todo", dice. Luego, en la etapa, se escapó. Entró en el grupo de fugados al que controlaron, desmoralizaron y abatieron, sucesivamente entre el Discovery Channel y el Davitamón, hasta su extenuación y desintegración bajo el calor, y el Discovery Channel, de nuevo, que devolvió el favor a sus amigos belgas llevando la caza a su culminación y lanzando el sprint final. Hace un año, Iñigo Landaluze, fugado, fue cazado a 300 metros de la meta. Confesó no haberse enterado de nada. Ayer iba en el pelotón que alcanzó a 300 metros de la meta a Chavanel y Horner, los dos últimos de la fuga. "No me he enterado de nada", dijo. "¿Les han cogido a 300 metros también? ¿Y a quiénes? ¿Y quién ha ganado la etapa? Ah, McEwen. El mismo de mi etapa el año pasado".

Cuando más lanzados marchaban los corredores en una etapa corrida a más de 46 de media, a 15 kilómetros de Montpellier, tras esfuerzos denodados y graves riesgos para su salud, Txente García Acosta logró remontar el pelotón y llevarle un bidón de agua fresquita, exquisita, una bendición bajo el calor achicharrante del sur, a Paco Mancebo, su líder. Pero Mancebo le rechazó el bidón. "¡Jo, Paco!", con el trabajo que me ha costado, le dijo Txente. "Es que si suelto las manos, me la doy", le respondió Mancebo, soportando como podía la tensión en la cabeza del pelotón. Delante de él, Armstrong, protegido por su equipo, no pasó esos apuros. Y, además, más le vale beber. Se anuncian unos tórridos Pirineos, y todos conocen las malas relaciones del líder con el calor, con la deshidratación.

Valverde, en el coche del equipo, tras retirarse a 90 kilómetros de la meta en Montpellier.
Valverde, en el coche del equipo, tras retirarse a 90 kilómetros de la meta en Montpellier.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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